Sevilla
De unas chicuelinas a esta parte
Pobres de nosotros. Estábamos todavía en el segundo de la tarde. Recién comenzaba todo: la ilusión pletórica y los ojos bien abiertos para no perdernos nada. Tan sólo El Tato había hecho su primer paso con el que abría plaza. Todo estaba por llegar. Y Morante, al que se le espera y espera pese a las broncas, se abría de capa.
Una, dos y creo que tres verónicas de bonito corte, abrillantada estética. Puro sello made in Morante. De la Puebla del Río, de Sevilla, a la otra punta de España, metidos ya en la vorágine de la temporada que no para ni espera. Pasado el tercio de varas cobijado en los excesos se nos apareció lo mejor. Después, así es, vencida la tarde, creíamos que aquello había sido una aparición: breve y profunda. El protagonista venía también del sur y ante la expectación Daniel Luque toreó precioso por un quite de chicuelinas en las antípodas del brusco tirón. Fueron todo delicadeza y temple para acompasar la arrancada del toro en ese cruce de caminos en el que desemboca el lance. La mente caviló rápido: aquello había sido el anticipo de lo que venía después. Sí. En el optimismo encontramos la penitencia. El toro, el segundo, primero de Morante, todavía estábamos por ahí, no se desplazó en exceso en las telas y el sevillano tampoco estuvo por la labor de sacarnos del apuro. Pitó San Sebastián al torero. Y de pitos a bronca pasamos al quinto, que parecía tener mejor tranco, y brevedad de contenidos la faena. La espada se le hizo hueso y el público se cabreó.
Llegaba el turno de Luque. Tercero del festín. Lo paró con el capote a pies juntos y no enmendó la figura ni cuando se quedó corto el toro. Íbamos perfecto. También en las verónicas con las que hizo un quite. El toro, más crudo de caballo, se movió con buen tranco y mejores ideas. Ese incipiente brío del animal desembocó en un toreo ligado, pero despegado del toro y de la belleza. Iba cambiando Luque a cada tanda, sin definirse y remató con un bajonazo que ponía la guinda del pastel. El sexto tuvo más problemas, de menos recorrido y más mirón, y Luque quiso resolver en las cercanías, quedándose ahí como reto.
La corrida de Juan Pedro Domecq tuvo nobleza, claridad en el viaje, pero le faltó remate dentro de que todos se dejaron hacer. Baja de casta, de ímpetu, nos llevó de forma directa a una tarde anodina, porque ni la bronca de Morante nos sacó del sopor. El Tato anduvo airoso con un lote de poco fondo y mucha nobleza.
Y así nos quedamos, atrapados en el tiempo. En aquel quite por chicuelinas de Luque al segundo. En lo que estaba por venir. De aquellos lances a esta parte, poco nos bombeó el corazón.
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