París
Señor no me llame «mademoiselle»
Francia mantiene en los formularios oficiales la distinción entre «mademoiselle» (para las solteras) y «madame» (casadas). Grupos feministas piden su eliminación, pero no será facil
Qué importa tener 18 que 72 años, estar casada o soltera. La mujer francesa está cansada de tener que elegir entre «Mademoiselle» y «Madame» cada vez que contrata una línea telefónica o se da de alta en la luz. Una distinción que ha sobrevivido al paso de los siglos y que según algunas asociaciones feministas no tiene nada de anodina. Pues si bien puede ser entendida como una fórmula de cortesía en determinados contextos, en otras circunstancias obliga a la mujer a revelar datos de su identidad o estado civil que el hombre en su caso dejó de hacer años ha.
Una reminiscencia sexista, aunque perfectamente arraigada y aceptada socialmente en esta República de las libertades y cuna de los Derechos Humanos, y que se suma a otros arcaísmos todavía en vigor como la normativa que prohíbe a las mujeres el uso del pantalón. Una ley napoleónica que obviamente nadie cumple pero que no ha sido todavía retirada de la circulación. Una prueba más de que la excepción cultural francesa da mucho de sí.
De ahí que «Osez le Féminisme» (Atreveos con el feminismo) y «Chiennes de Garde» (Perras guardianas) hayan decidido atacar de nuevo. Y es que son muchas las connotaciones que acompañan al término «mademoiselle» como para que siga apareciendo impenitentemente en la mayoría de impresos y formularios administrativos y comerciales.
De hecho a mediados del siglo XVII ese era el tratamiento que recibían las actrices. Al parecer, una profesión poco seria o poco decente que llevó a la Iglesia a excomulgarlas y por tanto a impedirles el matrimonio.
Y aunque originariamente, «mademoiselle» durante el Antiguo Régimen fuera un título de nobleza, designara a una joven de buena familia, de alto rango, o incluso a la mujer que ocupaba un puesto de responsabilidad, en argot y eufemísticamente era también así como eran conocidas las féminas de moral distraída o prostitutas. Así, y a modo de homenaje, algunas actrices siguen hoy exigiendo dicho tratamiento en los créditos de las películas en las que aparecen.
La ironía de esta polémica, que no tiene por cierto nada de novedosa porque es recurrente en el programa de reivindicaciones feministas, es que legalmente no existe ninguna disposición que obligue a esta diferenciación. En ocasiones es tal el peso de la tradición que ésta no se cantea ni a golpe de decretazo. Una suerte de herencia machista napoleónica que perdura aunque en el Código Civil ya no figure su particular concepto de la mujer: «Una menor en busca de marido». Es decir, que con el emperador Bonaparte la mujer dejó alcanzar su mayoría de edad con el matrimonio y pasó a ser una menor de por vida, candidata al connubio o dependiente de un marido.
Ya en 1983, la ministra responsable de derechos de la mujer, Yvette Roudy, denunciaba la «discriminación» que constituía la existencia de dos términos diferentes para designar a las mujeres casadas de las que no lo estaban mientras que tal diferenciación no se daba en el género masculino. Pero suprimir algo que ni siquiera figura en ley se antoja una tarea harto complicada.
A día de hoy, una mujer soltera que así lo especifica en su declaración de la renta, sigue siendo a ojos de la administración fiscal de turno una «mademoiselle», aunque sea madre de cinco hijos, peine canas y hace lustros que haya perdido toda candidez. Pues aún pervive en el imaginario colectivo el fantasma de una «mademoiselle» joven, ingenua y sobre todo, virginal. Aunque al contrario, el término también se sigue asociando, con cierta condescendencia, a aquella que habiendo superado una cierta edad sigue sin casarse e incluso, según los casos, sin haber conocido varón.
Con la campaña «MadameouMadame» las feministas quieren acabar con este trato que consideran discriminatorio. Dejar de ser una «joven casadera» o una «vieja solterona». Simplemente, ser «madame», sin obligación de dar más explicaciones ni llevar estampado, cual apósito, el apellido del marido si se está casada.
Puede resultar un detalle, pero «simboliza perfectamente las desigualdades», denuncia Julie Muret, del colectivo «Osez le Féminisme». «Ello obliga a la mujer a exponer su situación personal y familiar, mientras que hace años que dejó de utilizarse el término "damoiseau"para referirse al hombre soltero».
Fuera del Hexágono, tanto «señorita» como «fraulein», en Alemania, no sólo están en desuso sino que suenan rancias; en Dinamarca está prohibido y en Canadá se considera todo un insulto.
Pero pese a todo, los franceses siguen aferrados a sus inveteradas costumbres. Son mayoría (un 74% y un 65 %, según encuestas de «Le Figaro» y «Le Parisien») los que prefieren que el término siga perpetuándose. Aunque con un poco de suerte las promotoras de la idea pueden pedir nuevamente auxilio a la Primera dama de Francia. A Madame Bruni-Sarkozy, no sólo porque hace poco dejó de ser «mademoiselle» sino porque el pasado mes de mayo ya secundó otro combate al suscribir una petición contra el sexismo imperante en la política tras las declaraciones misóginas de algunos dirigentes franceses a raíz del arresto de Dominique Strauss-Kahn.
¿Señorita? «¡Oui, c'est moi!»
Pese al resurgir de esta corriente abolicionista abanderada, hay quien piensa que «mademoiselle», no sólo es una de las palabras más bonitas de la lengua de Molière, que denota la libertad e independencia de la que goza una mujer, sino que además no son pocas las que reivindican dicho tratamiento. Y sin límites de edad. Cabe destacar el caso de Coco Chanel, que hasta su muerte, con 88 años, fue siempre «Mademoiselle Chanel»; mientras que la mejor manera de no ofuscar a la glacial Catherine Deneuve es evitándole la partícula «madame». Una manera de presumir que nunca han estado sometidas a ningún yugo masculino.
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