Hollywood
Godard: la última provocación
El cineasta, a quien la palabra le queda bastante corta como definición, vuelve al primer plano. Cercano el estreno de su nueva cinta, «Film Socialisme», se añade la edición en vídeo de cuatro de sus ensayos y la reciente publicación de un libro imprescindible, «Pensar en imágenes».
Godard se escapa otra vez, y está bien que así sea. Siempre está en el hueco, en la grieta que se abre entre un «sí» y un «no». Es muy fácil ser positivo o negativo, pero es mejor contestar a una pregunta con otra pregunta: «¿Para qué?» ¿Para qué la Academia de Hollywood le concede un Oscar honorífico (compartido con el actor Eli Wallach y el historiador Kevin Bronlow) el próximo 13 de noviembre en una ceremonia para olvidados o para cadáveres? Él se queda en Rolle, con su compañera Anne Marie Mieville como parapeto, como portavoz de su silencio impreso en rótulos que parecen gritos o consignas. Él quería subir al podio del Shrine Auditorium, o al menos tener el poder de decir «no, no merece la pena, no sois nada, no soy nada». Él se queda en el «entre» de dos imágenes: la imagen de su mito –el comunista, el militante, el inventor del salto de eje (con perdón de Rossellini), el críptico, el provocador, el pensador– y la imagen de su enigma, para la que las palabras no alcanzan.
Hubo un tiempo en que su admiración por el cine clásico de Hollywood recorrió veloz todas las páginas de la revista Cahiers du Cinéma. Hubo un tiempo, también, en que Hollywood coqueteó con él, cuando Coppola, desde su productora Zoetrope, intentó convencerle de que era su amigo americano. Luego, la rabia: en «Elogio del amor» (2001) dejó claro su odio contra lo que había hecho Spielberg con «La lista de Schindler» (1993), y no perdió ni un minuto en demostrar el asco que le producía ver la frivolidad con que se había acercado al Holocausto, ese agujero negro que ninguna imagen, por muy justa que fuera, podía atreverse a representar. Pero Godard no sólo ha vuelto a los titulares de la sección de Cultura por este Oscar que acepta desde la distancia: al cercano estreno de su última película, «Film Socialisme» (cuya promoción se negó a apoyar en Cannes por «problemas de tipo griego» (sic)), se añade la edición en vídeo de cuatro de sus ensayos en vídeo, prácticamente inencontrables hasta ahora, junto a la publicación de un libro imprescindible, «Pensar entre imágenes», editado por Núria Aidelman y Gonzalo de Lucas, que recoge medio siglo de reflexiones del director de «Al final de la escapada» (1959).
El lenguaje del vídeo
En el «entre» es donde todo ocurre. Hablar del «entre» es hablar de la conjunción «y». Es algo que el filósofo francés Gilles Deleuze detectó en su apasionada defensa de la serie «Six fois deux», proyecto televisivo que Godard urdió en la segunda mitad de los setenta, cuando su investigación del lenguaje del vídeo estaba atravesando su etapa más radical y fructífera. «La "y"es la diversidad, la multiplicidad, la destrucción de identidades», decía Deleuze. «Es exactamente el tartamudeo creador, el uso extranjero de la lengua, por oposición a su utilización conforme y dominante fundada sobre el verbo ser». La destrucción de las identidades y de las formas, ésa ha sido la función de la obra godardiana. El «entre» pone en relación al uno con el otro, y en esa relación puede producirse una ruptura o una fusión. Es lo que Aidelman y De Lucas han querido hacer reuniendo las ideas, en colisión o en cópula, de todas las edades de Godard: comprobar cómo estas ideas han ido evolucionando o involucionando, las rimas que establecen entre ellas, la poesía o la furia que contienen, siempre teniendo como faro-guía lo que ha sido el principal objetivo de su obra, que no es otro que enseñar al espectador a pensar cinematográficamente.
«Me había encontrado con un libro de Élie Faure que ya conocía, que hablaba de Velázquez y que decía que, al final de su carrera (…), Velázquez pintaba las cosas que hay entre las cosas, y me doy cuenta de que… poco a poco… el cine es lo que está entre las cosas, no las cosas, sino lo que hay entre una persona y otra persona, entre tú y yo, y luego, en la pantalla, está entre las cosas». La recolección de discursos, aforismos y elucubraciones de Godard en «Pensar entre imágenes» no hace más que poner en marcha una enorme sobreimpresión, figura retórica que el cineasta descubre en sus años-vídeo y que transforma la piel de ese monumental film-ensayo sobre la historia del siglo XX que es «Histoire(s) du Cinéma» (1988-1998). Piedra de toque de su visión del mundo, en ella Godard busca dar sentido al hombre a través del arte, aunque siempre está el peso de sus actos, la tristeza de sus errores a costa del otro o de sí mismo. Todo se sobreimpresiona, todo es dos cosas a la vez con dos, tres sonidos, también a la vez.
Se ha hablado mucho de la densidad del discurso de Godard, de su elitismo un tanto absolutista; se ha hablado menos de su belleza plástica, que justifica un esfuerzo por parte del que mira que no es tal. No hay nada programático en él, a pesar de que su tendencia a la abstracción pueda hacernos pensar que impone su opinión: al contrario, sus palabras abren un hueco para que el lector o el espectador se instalen en él y habiten su lenguaje.
Sus cuatro mujeres
Éste es el Godard artista, el Godard pensador. Falta Godard el hombre: a la canónica biografía de Colin MacCabe, publicada en España por Seix Barral, se le añade otra biografía, aún más voluminosa, que acaba de publicar Antoine de Baecque en la editorial francesa Grasset. Ambas le definen como un hombre entregado a su proyecto creativo, que ha tenido sólo cuatro mujeres en su vida –Anna Karina, Anne Wiazemsky, Myriem Roussel y Anne Marie Miéville–, que se ha dedicado buena parte de su vida a poner a parir a sus compañeros de la Nueva Ola –en especial a Chabrol y, sobre todo, a Truffaut, que finiquitó su amistad con una carta de final impagable: «No quiero echar a perder la preparación de tu próxima película autobiográfica, cuyo título creo saber: «Una mierda es una mierda»–, que ha disfrutado creando mal ambiente en sus rodajes, que es mejor negociante de lo que le gustaría admitir, y que, octogenario, puede permitirse hacerle un feo al mismísimo Gilles Jacob, cónsul honorario del festival de Cannes.
Muertos Chabrol y Rohmer, y con Jacques Rivette de camino a los 83, sobran los cotilleos: Godard está a punto de cumplir su sueño de soledad, ese que, con una moviola, una cámara y un micrófono, aspiraba a representar el mundo en una habitación, él hablando para sí mismo y para el cosmos. El cineasta filósofo en la noche oscura de los tiempos, entregándose a un soliloquio de paredes acolchadas y lucidez extrema.
Cine para pensar
Pocos países del mundo tienen un mercado de edición en DVD tan ecléctico y arriesgado como el nuestro. Para muestra, un botón: Intermedio ha dado a conocer entre los cinéfilos la obra de Pedro Costa, Johan Van der Keuken, los Straub o Jean Rouch, entre otros. Ahora le ha tocado el turno a cuatro de los títulos más desconocidos de Godard, filmes-ensayo que funcionan como bisagra de su época más militante y su segunda edad de oro, que se inaugura con «Sálvese quien pueda» (1980). Con la excepción del autorretrato «JLG», fechado en 1994, tanto «Le Gai Savoir» (1969) como «Numéro Deux» (1975) y «Comment ça va» (1978), ya en sus años-vídeo, confirman el genio de quien no se ha dado por satisfecho en sus ganas de reinventarse ni en su voraz deseo de reinventar el lenguaje de sus ideas.
«Pensar entre imágenes»
Núria Aidelman Gonzalo De Lucas
Genèric
512 páginas 20,00 euros
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