Nueva York
Caballero 80 años de soledad
Marian Madrigal reivindica al gran pintor de la posguerra en una biografía
Nació un 11 de junio de mil novecientos y poco. El año, a qué engañarnos, era el 13; sin embargo, José Caballero pecaba un punto de supersticioso y prefería decir que había venido al mundo uno o dos después. El año que viene se cumplirán veinte de su muerte, y entre una fecha y otra casi ochenta años de una vida marcada por la soledad. Él mismo se definía como «un guerrillero» (palabra que recuerda Marian Madrigal, autora de «La memoria no es nostalgia. José Caballero», que arroja luz sobre la vida y la obra del artista) para definir a este pintor grande, escenógrafo y notable escritor, al margen de modas y movimientos. Muchas veces aislado. «De El Paso no formó parte, no le entendían. Él era unos diez años más joven y no conectaba. Su pintura tenía luz, pero estaba marcada por una gran tragedia, que era la guerra y que se prolongó durante la posguerra».
Independiente y libre
No perteneció a ningún grupo artístico, lo que, por un lado, le proporcionó una libertad a la que nunca renunció y, por otro, evitó que su obra recibiera una mayor difusión tanto dentro como fuera de España: «Tuvo mala suerte. En los 50 del pasado siglo se le vetó la salida al exterior. A partir de 1956 su obra no viajará a bienales, lo que implica que no recibirá el espaldarazo internacional; fuera era un desconocido, aunque curiosamente su obra tuvo una gran acogida en Bulgaria, se deslumbraron. Allí consiguió el reconocimiento que en España no se le supo dispensar», asegura Madrigal, quien se sintió fascinada por una vertiente del artista que desconocía: «Conocía sus primeros trabajos surrealistas, pero hace tiempo me topé con un par de obras de los años 60 y 70 y me impresionaron. Empecé a trabajar sobre él, escribí mi tesis y me encontré a un Caballero distinto», explica Marina Madrigal sobre su acercamiento al pintor andaluz.
Quizá fue su lugar de nacimiento lo que hermanó a Federico García Lorca y Caballero: «Sentía una admiración profunda y una amistad que consiguió mantener con muy pocos artistas con quienes apenas llegó a intimar. Quizá con Vázquez Díaz, su maestro, pero ya era un hombre mayor, y con Caballero Bonald. Lorca le fascinaba, le conoció con 20 años y quedó subyugado por él. Congeniaron inmediatamente y se sintió identificado con la parte andaluza. Comenzaron a trabajar juntos y le encargó algunas cosas, hasta que llegó su gran oportunidad y le metió en La Barraca. Los dibujos para el "Llanto de Ignacio Sánchez Mejías"serán clave. Ésa fue también una manera de penetrar en la poesía y empaparse de ella», señala la autora. Su pintura evolucionó al compás natural que lo hicieron las vanguardias. «He descubierto a un pintor relegado, escondido, de quien me ha llamado la atención su evolución natural. Creo que nunca se le ha sabido ver. Sólo buscó un lenguaje porque sentía necesidad de comunicar», comenta Madrigal.
La ayuda de su mujer
Los últimos años que vivió el pintor fueron de una dureza extrema. Padeció un cáncer de laringe y pulmón que se trató en España y en Francia: «Fue un golpe tremendo el que le dio la vida en esos años. Ya no se relacionaba porque hablar le parecía algo horrible. Sufrió lo indecible y se volcó en sus dibujos de papel y también en los lienzos. Con ellos se liberó de todas las ataduras». Un final que nada tenía que ver con los años de niñez, que recordaba con tanto cariño, siempre al lado de su madre, en su casa con ese balcón grande.
Pienso en voz alta: ¿Qué habría sido de Caballero si un día, después de acabar la guerra, hubiera decidido cruzar el océano como hizo Esteban Vicente, nacido diez años antes que él en un pueblo de Toledo, tardíamente reconocido en España, pero al fin en su lugar? «Podría haber hecho mucho. Imagínalo en Nueva York con la efervescencia de aquellos años», deja escapar la autora.
No se olvida en el libro del peso que tuvo una mujer en la vida del artista, María Fernanda Thomas de Carranza, «quien llegó en un momento en que Caballero no estaba del todo bien. Ella desconocía su mundo, pero le apoyó hasta el final. No le dejó solo. En ella halló el impulso para volver a crear».
«La memoria no es nostalgia. José Caballero»
Marian Madrigal
Fundación José Manuel Lara
400 páginas. 25 euros
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