Crítica de libros

Un país sin élites

La Razón
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La sustitución de CNN+ por Gran Hermano y la aparición de Belén Esteban en la portada de «El País» dominical han suscitado un revuelo considerable. Es comprensible, porque los dos medios de comunicación pertenecían a un grupo que se había identificado, no ya con una tendencia o una corriente dentro de la democracia española, sino con la democracia misma. Aquel era el círculo donde «se forjaba el rayo», como se decía del Ateneo en el Madrid de principios del siglo pasado, allí donde se hacían y deshacían tendencias y reputaciones.

Desde hace ya bastantes años este fenómeno era una ficción a la que sólo prestaban fe los propios parroquianos, pero respondía a un fenómeno propio de la cultura española en los últimos cuarenta años. Era el fenómeno de la exclusiva democrática de la izquierda, esa seguridad, traducida en propaganda, que le ha permitido comportarse como si en nuestro país sólo la izquierda fuera titular de democracia, la libertad e incluso la cultura.

Este fenómeno empezó a entrar en crisis en los años de Aznar, pero lo resucitó la estrategia neorrepublicana de Rodríguez Zapatero, que desencadenó una feroz guerra cultural y jugó a fondo la carta de la exclusión de la derecha y del monopolio democrático por parte de la izquierda. La consecuencia de esta política ha sido el final del monopolio de que disfrutaba esta. En estos años, la izquierda española ha quemado esa carta. La elite de izquierdas –dividida, por otra parte– podrá seguir pontificando desde un pedestal imaginario, pero está condenada al ridículo.

En otras palabras, la izquierda se ha quedado sin elites culturales. Acostumbrada como está a vivir en circuito cerrado, habrá que ver cómo se adapta a la nueva situación de pluralismo. El problema que se le plantea a la derecha política no es menor. A diferencia de la izquierda, la derecha política no ha tenido nunca una estrategia de hegemonía cultural y, salvo casos muy particulares, se ha contentado con adaptarse a una situación que, al parecer, consideraba sin remedio. ¿Qué ocurrirá ahora que esa referencia ha desaparecido? ¿Habrá un esfuerzo por elaborar una línea propia? ¿Intentará despolitizar la cultura? ¿Explorará la posibilidad de crear instituciones que propicien elites caracterizadas antes que nada por la excelencia, en vez de por la ideología? Será interesante ver lo que ocurre.

En lo que concierne al mundo cultural e informativo ajeno a la pura acción política, parece evidente que, a pesar de la ferocidad del ambiente en el que seguiremos viviendo, la política de Rodríguez Zapatero, atizando el radicalismo nunca apagado del PSOE, ha resultado tan zafia que ha arruinado a sus propias filas. Belén Esteban es muy respetable, pero no sirve para dar el tono de una posición cultural militante de emancipación universal. (¿O sí?). En cierto sentido, las guerras culturales se han terminado. La nueva situación requiere una estrategia de formación de la opinión pública que no tenga por objetivo la movilización permanente, sino la información en profundidad, la argumentación, el análisis razonado.