¿Cómo puede un político que ha sido años ministro del Interior meterse de lleno en una operación condenada al fracaso y provocar la vergüenza de la sociedad? Rubalcaba ha abanderado una maniobra con ETA de una cortedad de miras apoteósica. Desde el mismo momento que apostó –imagino que junto a Zapatero– por la legalización de Bildu como inicio de la operación, protagonizaba un error global de estrategia, además de favorecer el desprestigio del Tribunal Constitucional. La legalización de un instrumento de los terroristas debería haber sido el final de la disolución de la banda, nunca el comienzo. Debería haber sido el colofón después de que los jóvenes, quienes roban dinamita y placas de coches, hubieran expresado su voluntad de abandonar. Hasta ahora hablan, como sucedió otras veces, los mayores. El relevo generacional guarda silencio. La carga de la prueba la debe tener ETA, no el Gobierno democrático. Contemplamos un escenario que ya hemos vivido. No tiene sentido que un Gobierno haya sido coherente con el los presos aplicando en todo momento lo que la legalidad permite con todos los delincuentes y, por el contrario, se cisque en todo a la hora de afrontar lo más trascendente. ¿De verdad cree Rubalcaba que la humillación va darle votos? Si no sabe que avala una táctica ignominiosa para la sociedad, no es digno de acceder a La Moncloa ni a la jefatura de la oposición. Y si lo sabe, aún menos. Un problema añadido es que Mariano Rajoy tendrá muy complicada la ilegalización de Bildu después de que le han votado 200.000 vascos cuando lo hubieran hecho al PNV, EA o Aralar. Rubalcaba, como dice tu entrenador Mouriño, ¿por qué? Así es la vida.