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«Lo imposible»: Un tsunami que arrasa con todo

Director: J.A. Bayona. Guión: Sergio G. Sánchez. Intérpretes: Naomi Watts, Tom Holland, Ewan McGregor, Samuel Joslin. España-EE UU, 2012. Duración: 103 minutos. Drama.

La Razón
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Un rótulo nos avisa de que nos van a contar la verdadera historia de una familia que sobrevivió al tsunami que devastó la costa tailandesa en 2004. Poco a poco desaparecen todas las palabras de la cartela excepto una, "verdadera". Uno se pregunta: ¿por qué la "verdadera historia"y no la "historia verdadera"? El matiz es importante: el adjetivo que antecede al sustantivo enfatiza, le da autoridad a la versión, pero no añade información nueva. Ese rótulo asesina "Lo imposible": en dos líneas cabe el planteamiento (tsunami), el nudo (supervivencia) y el desenlace (reencuentro) de una tragedia. La pregunta está en cómo J.A. Bayona conseguirá que su ‘verdad', explicada para obligar al género de catástrofes a poner los pies en el suelo, empatice con un espectador que conoce de antemano el final feliz del relato.

Los esfuerzos del director de "El orfanato"caminan en dos direcciones opuestas pero complementarias: el sadismo y el sentimentalismo. La larga y espléndida secuencia del tsunami, que minimiza lo digital para sublimar lo que tiene de sensorial un desastre de tamaño calibre, arrasa con todo: con las posibilidades dramáticas de la historia, con la entidad de los personajes, con una puesta en escena organizada en torno a una idea-cliché del cine de Spielberg. Para mantener la tensión abrumadora del maremoto, Bayona se siente obligado a hurgar en las heridas abiertas de Maria (Naomi Watts) y su hijo mayor (Tom Holland) hasta culminar en una escena bastante gratuita que haría las delicias de Lucio Fulci.

Es obvio que a Bayona le interesa más esta sección de la tragedia que la protagonizada por el padre (Ewan McGregor) y los dos hijos pequeños, a la que llega demasiado tarde. En cierto modo, la estructura del guion elimina toda tensión para centrarse en los pormenores de la supervivencia y en el nacimiento de la solidaridad (o del egoísmo, pero menos) entre los turistas blancos que buscan familiares o esperan su repatriación. Las pequeñas subtramas asociadas al anunciado reencuentro son blandos apéndices para exprimir lagrimales del público que ha decidido comulgar con ruedas de molino. Y lo que queda al final, lo crean o no, es la impresión de haber visto un largo y carísimo anuncio de una compañía de seguros.

Lo mejor:
Los diez minutos que dura el tsunami son un alarde de técnica y ambición.

Lo peor: Si conocemos el final feliz, ¿de qué nos sirve el via crucis?