Algeciras

Cincuenta aniversario: Un compás de sonidos

Cuando llegue septiembre, uno de los toreros más geniales de la historia de la tauromaquia, Rafael de Paula, cumplirá 50 años de alternativa.

El singular Rafael de Paula dibuja un profundo natural en la catedral del toreo, Las Ventas
El singular Rafael de Paula dibuja un profundo natural en la catedral del toreo, Las Ventaslarazon

El 9 de septiembre de 1960 tomó la alternativa en Ronda Rafael Soto Moreno o, si lo prefieren, Rafael de Paula. Con Aparicio y Ordóñez como oficiantes. Fecha señalada, la de la deslumbrante corrida goyesca que se celebra al borde del abismal tajo del Guadalevín, para el doctorado taurino de un artista singular. A esas alturas, el gitano de Jerez ya era un torero de leyenda en el rincón del Sur, en los puertos de Cádiz, en la ruta del toro. Hijo de Francisco de Paula, el magistral cochero de la yeguada de Fermín Bohórquez, Rafael se inició al toreo algo tarde, a los dieciséis años de nacer en la calle Cantarería, epicentro del gitanísimo barrio jerezano de Santiago. Pero pronto se corrió la voz del profundo concepto, de un agitanado belmontismo, que aquel chaval derramaba con las becerras en los tentaderos desde Jerez a Algeciras. Tanto que el mismo Juan Belmonte no sólo se decidió a ayudarle en cuanto le vio en el campo, sino que fueron muchas las tardes en que el Pasmo le hacía llamar para verle torear a solas en su finca de «Gómez Cardeña», identificado con su hondura, añorante y melancólico de sus tiempos de gloria.Desde que debutó con caballos en Ronda, tres años antes de la alternativa, «el Paula» se forjó en las plazas del torerísimo rincón gaditano, acrecentando tarde a tarde su aura de mito regional. Fueron muy pocas sus incursiones al norte de Despeñaperros, hasta el punto de que no confirmó su doctorado en Madrid hasta catorce años después, la misma temporada en que, tras ver su onírica faena en Vista Alegre, la que definitivamente irradió la leyenda del jerezano al resto del mundo, José Bergamín habló de la «música callada del toreo».Y algo había de eso, porque Paula, quizá por la inevitable identificación entre el cante y el toreo gitanos, siempre consideró que a la hora de torear lo más importante, lo fundamental, no es hacerlo mejor o más valerosamente, sino hacerlo «a compás», con ese ritmo interno, visceral, que define la voz de los grandes cantaores y el estilo de los genios de la tauromaquia calé. Por eso Paula es el último exponente de ese tronco de faraones que conformaron Cagancho, Curro Puya o Rafael Albaicín, heredero de los sonidos negros de que hablara Lorca, tanto por la vía de todos sus aristocráticos antepasados flamencos como por la de unos artistas a los que no vio torear pero a los que intuyó por raza y sentimiento.Con ritmo de martinete de fragua, de bulería, de debla, el compás del toreo de Rafael de Paula se situó al margen de las convenciones taurinas. Toreo puro, desnudo de recursos, sólo expresado a empujones de sentimiento. Y, por eso mismo, sin ninguna duda, toreo de valor, pues vencía al miedo y obedecía a la voz de la sangre sin artificios. Y torero en su sentido más romántico, que concibió el toro no como enemigo o colaborador sino como un cambiante y aleatorio objeto de convergencia con su volátil inspiración. Torero genial por imperfecto, o viceversa, inescrutable, introvertido, quebradizo y gigante a la vez. Sublime a la verónica, hundido en su muleta al natural y angélico en el toreo por alto, Paula fue capaz de mover al ritmo de su música de silencio a legiones de poetas y flamencos, fascinados sufridores y devotos seguidores de una causa agridulce lastrada año a año por una decadencia física que nos quitó al torero pero no logró acabar con el recuerdo de tan hondos sentimientos.