España
Puerto Rico la sorpresa del Nuevo Mundo
Ritmos cálidos salpicados de reggaeton ponen la banda sonora a un destino poco conocido pero que deja huella. Además de las típicas playas del Caribe, Puerto Rico regala historia en San Juan, naturaleza en El Yunque, aventura en su había luminescente...
Puede sonar pretencioso, cuando menos atrevido, pero no por ello deja de ser una realidad. Puerto Rico tiene lo mejor del nuevo y del viejo mundo: vegetación exhuberante que permanece intacta desde hace siglos, idílicas playas de palmeras y cocoteros bañadas por las inmaculadas aguas del Mar Caribe, que es lo que todos esperamos, pero también un rico legado histórico y cultural con sello español, nacido a la sombra del descubrimiento de Cristóbal Colón en su segundo viaje, que sacia las ambiciones de cualquier viajero ávido de una experiencia genuina.
No hay trampa ni cartón. Puerto Rico, o Borinquén, como la llamaban los indios Taínos, es un destino auténtico, sin exageraciones, sin demasiados lujos, pero con una realidad digna de un gran viaje, de esos que dejan huella en los cinco sentidos y en el objetivo de nuestra cámara de fotos. De regreso a España, la explosión de colores aún permanece grabada en la retina. El azul turquesa del agua que baña las playas de municipios como Aguadilla, Isabela o Rincón, en la zona oeste del país, más conocida como Porta del Sol, resulta difícil de olvidar, más aún cuando la arena se tiñe de un precioso dorado rojizoal contemplar el espectáculo de la caída del sol. La definición es bien sencilla: es una imagen de postal. Los tonos verdes tampoco se quedan atrás. La región central de Puerto Rico es el corazón de una cordillera en la que aún se preserva el legado de la cultura indígena de la isla. Sin embargo,tenemos que ir hasta el este del país para apreciar las mil y una posibilidades de color verde que regala la naturaleza. Allí nos espera el Bosque Pluvial El Yunque, el primer parque natural español designado por el Rey Alfonso XII en el que se esconden cerca de 150 especies de helechos y 240 de árboles.La frondosidad del paisaje resulta abrumadora. Si la lluvia lo permite, merece la pena caminar por las veredas hasta toparse con la cascada La Mina y, sin pensárselo dos veces, tirarse al agua. El chapuzón es de película, pues lo único que nos rodea es un mar de vegetación. Los menos atrevidos pueden plantarse en la cascada La Coca, cuya fuerza quita el hipo.
El sonoro reclamo de la rana endémica de la isla, el coquí, se convierte en la banda sonora de nuestro viaje por El Yunque, pero también por el resto del país. La sinfonía de sonidos no pasa desapercibida, pues el canto de diversas aves lucha por atrapar nuestra atención, sobretodo si nos alojamos en alguno de los hoteles de costa, donde las habitaciones, camufladas en el entorno, hacen que el soniquete de la fauna se convierta en el mejor despertador. Es el caso de Villa Montaña Beach Resort, en Isabella, del Hotel Copamarina, en Guánica, o del Rincón Beach Resort, todos ellos en Porta del Sol.
El sentido del tacto también guarda su propio recuerdo de Puerto Rico. A pocos kilómetros de El Yunque, en la localidad de Fajardo, nos espera un espectáculo único en el mundo. En bañador y sin zapatos, al caer la tarde nos subimos a un kayak dispuestos a remar hacia la Bahía bioluminescente de Las Cabezas de San Juan. El esfuerzo merece la pena, pues en pocos minutos estamos rodeados de un imponente manglar que podemos tocar con nuestras propias manos. Pero lo mejor está por llegar. Tras la frondosidad natural aparece ante nosotros una serena y calmada bahía coronada por un faro cuya estampa resulta muy hermosa, pero en la que, aparentemente, no hay nada digno de mencionar. Craso error. Tan sólo hay que esperar. El sol desaparece y es entonces cuando se produce el espectáculo. Metemos la mano en el agua, la agitamos y, como si de un truco de magia se tratara, el agua aparece fluorescente, viva y brillante.
De nuevo en tierra firme, el sentido del tacto tiene una cita pendiente, esta vez con la tradición y la cultura. Porque es obligado pasar un par de días en la capital, San Juan, tan obligado como palpar y tocar sus robustas murallas y su impresionante fortaleza, sus bellas callejuelas pintadas de color pastel. Es aquí, entre alusiones a los míticos conquistadores españoles, cuando el olfato queda embriagado por el olor a historia, por el sabor de lo conocido, de lo familiar. Porque es la piedra de nuestro pasado, la historia de aquellos españoles que construyeron el Castillo San Felipe del Morro para proteger la riqueza que escondía el sueño del Nuevo Mundo. Hoy, ese sueño queda demasiado lejano, pero permanece la esencia, el alma de una tierra que nos acoge como a un hermano, como a ese hermano mayor que le enseñó todo y al que ahora despide con un«que la pase bien, y regrese pronto».
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