Feria de San Fermín
Madrid de miseria y olvido
-Las Ventas. 6ª de la Feria de San Isidro. Se lidiaron cuatro toros de la ganadería de Martelilla, uno de Navalrosal, y un sobrero de Domínguez Camacho, el 5º, descastados, flojos y de nulo juego. Lleno. - Miguel Abellán, de crema y oro, estocada que hace guardia, tres descabellos (silencio); estocada, tres descabellos (silencio).- César Jiménez, de blanco y oro, estocada (silencio); pinchazo, media, descabello (silencio).- Arturo Macías, que confirma alternativa, de blanco y oro, estocada, aviso (silencio); estocada (saludos).
Vino Macías de Aguascalientes, de donde José Tomás salvó la vida con sangre azteca, a confirmar doctorado en Madrid. Poner en cuestión todo lo aprendido. Sólo que Madrid no estaba para exámenes, ni para hacer nuevos aficionados y ni tan siquiera para pensar que algún toro, de todos los que pisarían el albero, nos devolvería un resquicio de ilusión. Recuperarla era, como poco, de ilusos. Qué abandono el nuestro. Madrid se desnortó y admitió que por su ruedo, su reino, el del toreo, desfilaran no pocos toros mal presentados, sin remate ni criterio. Recordemos que se trata de San Isidro. Del abono vendido. La Monumental llena. El misterio de la catedral. La Plaza. También la desidia, los tiempos muertos entre que muerto está el toro casi antes de salir. Este Madrid de mirar el cabreo ajeno, porque aquél divierte más que el espectáculo en sí... La Fiesta desvirtuada, que sólo es negocio para quien cobra por la entrada. Ya en el reconocimiento matinal comenzaron las complicaciones, como en lo que va de feria. Martelilla no pasó completa, remendó Navalrosal y Domínguez Camacho entró en Madrid por obra y gracia de sustitución. Nos temíamos lo peor visto el percal. Los hubo hasta que empeoraron al titular, como el tercero. Si flojo el que salió primero, desplomado e inválido el de después. Hizo bueno al anterior.
Dos cogidasLo dicho, Macías vino a confirmar. Pero a «Juntaollas» le vino grande la tarde. Una tanda, no más, se mantuvo en el indómito centro del redondel. Visto y no visto se rajó. Ahí tuvo Macías que buscarle las vueltas, las revueltas y entre tanto y tanto un par de cogidas se llevó. Bastante sangre ha derramado ya el mexicano en este comienzo de campaña española. Su mejor arma fue la voluntad y la más endeble encontrar el temple, que el toro no le ganara la muleta en ese derrote de final de viaje. Muy abierto de cornamenta salió el sexto. Para acabar. Toda condena tiene fecha de caducidad. Intentó el mexicano lucirse en ese toreo de capa tan propio que se da allá, mas le quedó la historia más afanosa que para recordar. Brindó al público casi como terapia y se puso a torear. Centro del ruedo. Al paso iba el toro, sin mucha clase y a peor. A base de saltitos y protestón le dejó a Macías constatar sus ganas, su afición, su voluntad por comerse el mundo. El universo de los toros. Lo intentó a bien, por ambas manos y sin dejarse arrastrar por las nubes negras, mentales que agua no cayó, que se habían apoderado de la tarde. Su mayor mérito, casi un hito desde que aterrizó en España fue salir de una plaza por su propio pie. Iba y venía el segundo sin saber por qué y Abellán puso a la cosa firmeza. No fue suficiente para resucitar. Los ánimos estaban de vuelta con el cuarto. Entre lo que quería el Martelilla y lo que podía había un mundo insalvable de ausencia de fuerza. Y así, entre la ira desesperada de cómo iba la tarde, y el trasteo largo que se marcó Abellán para justificarse, estábamos a punto de renunciar. César Jiménez quedó inédito con el inválido de Navalrosal, bis, y con el quinto, de Domínguez Camacho, que se movió más, no estuvo por la labor de apostar.
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