Ginebra

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La Razón
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Ya escribí en el suplemento especial del Mundial de Sudáfrica de LA RAZÓN que España no ganará el campeonato. Con mucho optimismo fijaba la semifinal como la eliminatoria de la decepción. Pero si no cambia radicalmente el ritmo de su fútbol, España puede, incluso, no superar ni la primera fase. Contra Suiza, el fútbol de España se sustentó en una prepotente cursilería. El toquecito. El toquecito está muy bien cuando tiene un objetivo. El objetivo es llegar al área contraria con frecuencia. Si ello no se cumple, el toquecito lleva al fútbol amanerado, y eso se castiga. España copia el fútbol del «Barça», que es todo toquecito. Tiene a Xavi e Iniesta, dos futbolistas excepcionales. Pero el «Barça», al final de los toquecitos, cuenta con la presencia y la aportación de un señor bajito que se llama Messi, que es, sin comparación, el mejor jugador del mundo. Mucho mejor que Cristiano Ronaldo, siendo éste buenísimo. Messi es un equipo por sí sólo, y con él sirve el aburrido toquecito, porque al final de la interminable sucesión de pases hacia atrás y hacia delante, está Messi, que es argentino. La copia del sistema de jugar del «Barça» no es posible sin Alves, que es defensa y extremo, como Roberto Carlos. Alves no participa tanto en el amariconado –pero enloquecedor–, juego de toquecito del «Barça», pero en diez segundos puede rematar a gol y salvar otro en su propia portería. Sergio Ramos fue uno de los mejores contra Suiza, pero el toquecito no forma parte de sus virtudes. Si España hubiera tenido ayer a Messi, no duden de que habría ganado. Pero lo repito. Messi, punto del desenlace de los toquecitos del «Barça», es más argentino que el tango, y sin él, los toquecitos no sirven para nada. España juega muy bien y mueve mejor aún el balón, pero en el fútbol, mientras no se demuestre lo contrario, lo que sirve y vale es meter más goles que los conseguidos por el equipo adversario, y con esa prepotencia de fútbol tocón y recalcitrante, no se alcanza el objetivo. En un Mundial, además de buen fútbol, hay que imponer un ritmo que no pueda seguir el adversario, y el ritmo de la Selección española lo puede aguantar, y permítanme el ejemplo, hasta la abogada laboralista Cristina Almeida en una tarde de mala digestión. Los suizos, tan toscos, tan vulgares, llegaron dos veces a la puerta del enamorado Casillas. En la primera metieron su gol, y en la segunda, el balón dio en el palo, en lo que llaman los comentaristas «la cepa del poste». Analizado fríamente, se puede afirmar que sin toquecitos ni leches, los suizos, tan vulgares, tan ramplones y tan primitivos, jugaron mejor que los solistas de violín españoles, tan ensimismados por la belleza sin sentido de su fútbol absurdo. El constante «botafumeiro» periodístico les ha convencido de su superioridad respecto al resto de las selecciones. Los relojeros de Ginebra y Lausana sólo han necesitado noventa minutos para ponerlos –y ponernos–, en nuestro sitio. Correrán más en su próximo partido. Han aprendido que en un Mundial –siempre Alemania–, además de clase, buen fútbol y coraje, hay que dejarse el chaqué, el frac y el esmoquin en el vestuario. De lo contrario…¡Uf!