África

Salvemos el Teatro

El 14 ganó al 11 y al 12

Makram J. Khoury, como Tierno Bokar (en el centro), en «11 and 12»
Makram J. Khoury, como Tierno Bokar (en el centro), en «11 and 12»larazon

«11 and 12»Autor: A. Hampaté Bâ. Adaptación: M.-H. Estienne. Director: P. Brook. Música: T. Tsuchitori. Reparto: A. Gil, M. J. Khoury, T. Lucas, J. McNeill, K. Natour, A. Ouologuem, M. Seweryn. Naves del Español-Matadero. Festival de Otoño en Primavera. Madrid, 14-V-2010.

Buena parte de la magia de un montaje como «11 and 12» deriva de su capacidad para tocar al público como un soplo de aire cálido, crear una emoción inaprensible construida sobre un gran reparto, la música hipnótica de un maestro japonés, y, muy importante, el silencio, empleado con tanta cautela como sabiduría. No es un misticismo decorativo, sino que está justificado por una historia de bonhomía y tolerancia. Se trata de un episodio real que protagonizó el maestro islámico Tierno Bokar, recogido años después por su discípulo Amadou Hampaté Bâ. Si falla esa sensación tan difícil de describir lo hace también la magia. Ocurrió el viernes 14: las Naves del Español se autosabotearon al programar uno de los espectáculos estrella del Festival de Primavera a la par que otra actividad en uno de sus espacios contiguos, cuyo ruido traspasó la sala e impidió disfrutar en plenitud del talento de Peter Brook y su compañía, el Théâtre des Bouffes du Nord.Expuesta la queja, centrémonos en «11 and 12», un montaje que sigue la línea del teatro africano de Brook, como el soberbio «Sizwe Banzi est mort». Si aquel viajaba a los suburbios surafricanos y lo hacía como una inyección de optimismo a pesar de su terrible retrato, en éste Brook es mensajero de las enseñanzas de un hombre sabio en tiempos de locura, Tierno Bokar. Las autoridades francesas del Mali colonial aprovecharon un virulento cisma entre facciones islámicas rivales para imponer su ley e intereses. Visto hoy, el problema parece irrisorio: una, representada por Bokar, defendía la oración con once repeticiones de un verso. La otra, encarnada en el jerife Hamallah, con doce. Aquello devino en muertes y abusos. Peter Brook lo lleva a la sencillez de un escenario adusto en el que la historia son los hombres. Casi como un homenaje a esa narración oral que recuperó Hampaté Bâ, en la que la memoria era la voz. No hay artificio en el teatro de Brook. No lo había en «Sizwe Banzi est mort», ni en sus «Fragments» de Beckett, ni en el monólogo «Warum Warum». África es una silla, un puñado de arena, un manto y un bastón. África es la voz de sus actores, de primera todos: los hay africanos, asiáticos, americanos y europeos, –incluido el español Antonio Gil– en una producción que no entiende de razas ni fronteras. Es bueno que Peter Brook siga sufriendo el mal de África. Lo es para el aficionado, que sale ganando. Con todo, quien firma disfrutó más con la vitalidad de «Sizwe Banzi» que con la ritualidad de este «11 and 12».