Moscú
La vuelta
Martes y trece. Lo peor. De nuevo en Madrid. Me dicen que soy un potentado por veranear más de dos meses. Al revés. Fuera de Madrid se ahorra. El año que viene permaneceré en mis tierras húmedas y verdes tres meses como mínimo. Sucede que Madrid no se resume en su auténtica dimensión de ciudad, de trabajo, de obligaciones y de compromisos. Madrid arremete desde el teléfono móvil a partir del uno de septiembre. Mensajes y recados. «¿Cuándo vuelves? ¿No te da vergüenza seguir veraneando?». Respondo con humildad preclara y sin remordimiento. «Sigo aquí porque estoy ahorrando». La gente no se lo cree. Y menos se lo va a creer cuando alguien se lo dice en un martes y trece, día de malos presagios y peores consecuciones. Calor. Me abraso de calor. Lo malo de Madrid es que más que calor, tiene aspecto de que hace calor, y eso influye. Los días más agobiantes y tórridos de mi vida los padecí en Praga, Viena, Moscú y Budapest. Pero son ciudades sin aspecto de calor, y la apariencia ayuda. En mi norte que acabo de abandonar, dos días de sol, y los naturales, con toda la razón, protestan. He cruzado con harto dolor la frontera que separa el verde del pardo. Tierras de Castilla, maravillosas, bellísimas, austeras, invencibles, pero quemadas. Llegado el invierno, tierras maravillosas, bellísimas, austeras, invencibles y... heladas. De ahí que los castellanos, que esos sí que tienen motivos para establecer diferencias históricas y no lo hacen, sean los mejores representantes de la realidad de España. Lo decía Tarradellas. «Esos castellanos, sí que son inteligentes. Siempre terminan ganando». La dureza de los contrastes. Oído al parche.
He recuperado un Madrid muy parecido al que abandoné cuando el mes de julio nacía. Madrid se enfada por cualquier tontería. En Madrid los peatones que cruzan por un paso de cebra van siempre dispuestos a saltar para salvar su vida. No hay sosiego en la travesía. Y después de dar el salto salvador, están obligados a excusarse ante el conductor del vehículo a motor que ha estado a punto de atropellarlos. En Madrid, y ahora que va a ganar el Partido Popular con más resignación, hay que salir a la calle dispuesto a soportar toda suerte de manifestaciones. Hay sindicalistas liberados que se manifiestan todos los días para demostrar que hacen algo. Todavía no he pasado por la Puerta del Sol, pero mucho me temo que ahí seguirán los de Rubalcaba. No obstante, mi primera visita placentera que cumplo en mi Madrid de nuevo poseído es al gran sauce del Retiro, ahí plantado desde el siglo XVII. A partir de octubre marronea, pero hasta desnudo es el árbol más grandioso que han visto mis ojos. Siempre hay alguien que lo compara con las sequoyas americanas. Como comparar a Cary Grant con Guillermo Toledo. Una pérdida de tiempo y de atención.
En un día he escrito, me han quitado un callo, he ido al dentista, he desayunado con unos señores muy amables que requieren mi colaboración, almorzado con otros de semejantes modales, tomado una copa en el atardecielo y cenado con un grupo de representantes de un digno ayuntamiento que desean que escriba para su boletín un artículo sobre las ovejas churras, que no son las merinas, según me han informado. Un día agotador que no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Y se trata del primer día. Amo a Madrid, mi ciudad y mi cuna, con locura. Pero ya estoy deseando echarla de menos.
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