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CRÍTICA / «La vida por delante»: Toda una señora

Autor: R. Gary. Adaptación: X. Jaillard. Dirección: J. M. Pou. Reparto: C. Velasco, R. de Eguia, C. Canut. T. La Latina. Madrid.

CRÍTICA / «La vida por delante»: Toda una señora
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Como ocurría con «El señor Ibra- him y las flores del Corán», en «La vida por delante», texto también de un autor francés, se sonríe a la vida. Pero no sólo de empatía viven Éric-Emmanuele Schmitt y Romain Gary –autores de aquella y ésta, respectivamente–, que añaden a la receta la oportuna amargura para que el pastel no empalague. «La vida por delante» es el retrato de los últimos días de una vieja prostituta. Una fracasada a todas luces, aunque haya conseguido que los pequeños a los que adopta, sus queridos «hijos de puta», como dice sin tapujos el sensible Momo, su favorito y el único que permanece a su lado, la quieran como a una madre.

En el fondo, de eso va este curioso retrato amable: de la familia, el cariño y las cosas buenas de la vida. Y no parece que haya sarcasmo sino sinceridad en el texto de Gary. Realmente Madame Rosa no ha fracasado: ha sobrevivido a los nazis, a la deportación de la polícía, a las autoridades sociales, y ha llegado a vieja; tiene a Momo y ha logrado criarlo como una buena persona, capaz de reírse de las características que unen y separan a judíos, musulmanes y cristianos –un tema clave en esta comedia amarga, y otro punto en común con la pieza de Schmitt–. Madame Rosa es, pese a su vulgaridad y su incultura, toda una señora.

Sin duda, el valor de esta función es otra señora, Concha Velasco: la querida intérprete demuestra valentía al enfundarse los picardías baratos de la antigua meretriz, despatarrada y afeada durante toda la función. Sólo por el salto al vacío merece todo aplauso. El resto lo trabaja con su saber hacer de cómica veterana, que se mete al público en el bolsillo con sus miradas y trucos, aunque alguno que otro esté de más. Junto a ella, el otro gran protagonista es Rubèn de Eguía, el joven que pone extraño acento árabe al peculiar Momo. Si bien al principio irrita, según avanza la función se descubre a un actor capaz de registros interesantes y con viva expresión, por más que el acento quizá no haya sido el mejor escogido. Carles Canut –un doctor bonachón que le va como anillo al dedo– y José Luis Fernández –un airado musulmán que también construye con gracia– redondean esta función para casi todos los públicos, aunque el tema pudiera no parecerlo, en el que el sólido Josep Maria Pou dirige desde la discreción, la convención y el acierto: con la Velasco en escena, no hacía falta más.