Cataluña

Silencios

La Razón
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Decir que el único debate público de la campaña electoral lo ganó Rajoy resulta tan evidente como afirmar que el sol sale por las mañanas por mucho que pueda diluviar. No voy a seguir insistiendo en ello porque en este caso concreto hasta las encuestas y los medios contrarios lo reconocen. Tampoco se puede negar que Rubalcaba estuvo patético. No lo digo porque el lado izquierdo de su rostro se haya desplomado de manera que recuerda a los cabestros de las plazas de toros, ni porque no dejara de parpadear como sólo puede hacerlo el que no para de mentir. Lo afirmo fundamentalmente porque su principal argumento se redujo a lanzar pellas de miedo sobre los ciudadanos insistiendo una y otra vez en que los socialistas nunca abandonarán a los ciudadanos mientras que el PP iba a favorecer a los bancos y a los ricos, a quitar las pensiones a los ancianos y a aplicarnos a todos el modelo austríaco que, salvo especialistas, casi nadie sabe lo que es, pero que, dicho por el portavoz de los gobiernos de los GAL y la corrupción, suena a purga anal, a disciplina inglesa o a algo todavía peor. Rajoy ganó por goleada. Sin embargo, yo, que ya soy muy mayor y es difícil que vaya a cambiar, tengo que reconocer que me fijé más en lo que callaron los candidatos que en lo que dijeron. En otras palabras, me llamaron más la atención los silencios que las proclamas. Por ejemplo, ninguno de los candidatos habló de la corrupción cuando Blanco está a punto de sentarse en el banquillo. Por ejemplo, ninguno de los candidatos se refirió al escandaloso gasto público cuando tiene nombres concretos como Barreda, Chaves o Ruiz-Gallardón. Por ejemplo, ninguno de los candidatos anunció que diría al pueblo que no podemos mantener por más tiempo un sistema de bienestar que, por ejemplo, en Suecia comenzaron a desmantelar hace años a la vez que buscaban alternativas más realistas y económicas. Por ejemplo, ninguno de los candidatos mencionó Cataluña cuando su gobierno autonómico ha respaldado públicamente un referéndum independentista y amenaza con poner sobre la mesa un pacto fiscal que, de ser aceptado, constituiría una villanía sin precedentes y un expolio intolerable para la mayoría de las comunidades autónomas. Por ejemplo, ninguno de los candidatos se refirió al 11-M ahora que Manzano está contra las cuerdas y todos sabemos que la mochila de Vallecas era más falsa que un euro de serrín. Por ejemplo, ninguno de los candidatos citó, siquiera por cortesía, a las víctimas del terrorismo que habían salido a la calle apenas unos días antes pidiendo memoria, dignidad y justicia. Por ejemplo, ninguno de los candidatos se comprometió a impedir que ETA estuviera en las instituciones y siguiera devorando a bocados trozos enteros del territorio nacional. Ignoro si esos silencios los pactaron los candidatos para evitar pasar un mal rato o si, por el contrario, surgieron de un comportamiento espontáneo que busca no asustar a la gente. En el primer caso, me parecería lamentable porque indicaría un juanpalomismo de la casta política, y en el segundo, porque dejaría de manifiesto que piensan que los que les pagamos el sueldo somos estúpidos que no pueden entender nada aunque se les dé a tragar con cucharilla. Y es que hay silencios que suenan más que gritos.