Crítica de cine

Eloy Sánchez Rosillo

La Razón
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La poesía va ligada por naturaleza al dolor. Se escribe porque el mundo es padecimiento. Hay en cada palabra un cometido fundamental: absorber el drama del sujeto, concentrarlo en ella como su su capacidad para aglutinar todo lo «negro» fuera infinito. Sin embargo, hay autores que rompen sorprendentemente con este destino, y plantean una escritura desafiantemente clara. Es el caso de Eloy Sánchez Rosillo, quien, en su último libro, Sueño del origen (Tusquets, 2011), ha dado un argumento más de peso a quienes pensamos que se trata de uno de los nombres indiscutibles de la poesía en castellano contemporánea.

Si de alguna manera concisa pero elocuente pudiera definirse esta última y generosa propuesta -se trata de una colección mucho más amplia de lo que estilan los autores actuales-, sería la de una «escritura de la celebración». Sinceramente, es difícil entregarse hoy en día a un discurso que pretenda rendir justicia a la naturaleza y no caer en fórmulas bobaliconas, que sólo aportan abulia y lugares comunes al imaginario poético más reciente. Pero Sánchez Rosillo consigue evitar cualquier riesgo de este tipo. Su «celebración» se aleja de las habituales fórmulas linguísticas inflamatorias para dejarse caer sobre un lenguaje sobrio, preciso como pocos, que quiere dejar ser antes que adquirir un protagonismo excesivo en el devenir de las cosas. Para precisar aún más esta primera consideración, se podría afirmar que se trata de una «celebración serena», de un «elogio austero» que conmueve por el carácter concreto de su objeto. No se leen en estos poemas afirmaciones universales que pudieran elevar el tono del discurso a niveles de generalidad y abstracción. Por el contrario, la topografía poética de Sánchez Rosillo se reduce a unos pocos metros, a un territorio de mínimos en el que acontece toda la experiencia diaria. El lector se enfrenta, verso tras verso, a la sensualidad de horizontes muy próximos en los que cada palabra enuncia discretamente un matiz del mundo. En muy raras ocasiones, aparece alguien que esté de acuerdo con cuanto le rodea; Sánchez Rosillo es uno de esos casos extraordinarios en los cuales se puede hablar abiertamente de «claridad absoluta», de una ausencia de contrastes dramáticos propia de la madurez más exquisita.