Cuba

Desterrados no liberados

La Razón
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Aunque desde hace tiempo ha perdido toda credibilidad, la dictadura castrista es especialista en maquillar la realidad hasta distorsionarla en su propio beneficio. Evidentemente es un motivo de alegría que Guillermo Fariñas haya dejado su huelga de hambre al saber que habrá 52 presos políticos menos –pertenecientes al «Grupo de los 75»– en las cárceles cubanas, pero esta mal llamada liberación no es tal, es un destierro como oportunamente señaló el disidente cubano Oswaldo Paya. El «gesto» del régimen le delata: es una excarcelación con condiciones, puesto que no podrán vivir libremente en la isla y tendrán que exiliarse involuntariamente a otro país si quieren salir de la cárcel. El ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha visto con muy buenos ojos esta componenda, tanto que se ha convertido en un cómplice de los intereses de la dictadura castrista, ya que ha transigido con que los presos excarcelados que vengan a España lo hagan con un estatuto cubano de inmigrantes y no como lo que son: asilados políticos. De esta forma, también tiene un argumento para convencer a la UE de que ya no existe ninguna razón para que se mantenga la política de «posición común» hacia Cuba, que condiciona las relaciones de la Unión Europea con la dictadura castrista a los avances democráticos y en materia de derechos humanos que se produzcan en la isla. Sin embargo, nuestros socios comunitarios son más prudentes y valoran estas excarcelaciones con más cautela. Rápidamente, la Alta Representante para la Política Exterior de la Unión Europea (UE), Catherine Ashton, recordó que la decisión de anular la «posición común» tendría que ser refrendada unánimemente por los 27 y, en estos momentos, no está tan claro que todos los países se conformen con este primer «gesto» si no se emprenden reformas de más calado. En ese sentido cabe recordar que, según los datos de Amnistía Internacional, aún quedan 53 presos de conciencia encarcelados en Cuba de cuyo futuro nada se sabe. A nadie se le escapa que el anuncio de la excarcelación de los 52 presos políticos y la decisión de Guillermo Fariñas de abandonar su huelga de hambre le da un balón de oxígeno a la dictadura castrista. Lo necesitaba. Desde la muerte de Orlando Zapata, que llevó hasta el final la huelga de hambre, el régimen sabía que estaba contra las cuerdas. Su descrédito internacional aumentó cuantitativa y cualitativamente. Ya no valían las coartadas de un discurso revolucionario y antiimperialista que se diluía mientras emergía con más virulencia que nunca la auténtica naturaleza de la dictadura: inclemente con los disidentes y con un nulo respeto por los derechos humanos. La comunidad internacional lo sabía, pero el fallecimiento de Zapata les abrió aún más los ojos mientras Castro se quedaba sin argumentos. Lo que sucederá a partir de ahora es una incógnita. Habrá que esperar a que la dictadura cubana cumpla su palabra y envíe al exilio a los 52 excarcelados. Sería el primer paso de los muchos que quedan para que sea una realidad palpable un proceso profundo de reformas que culmine con la democratización de la isla, aunque el inmovilismo que ha caracterizado a la dictadura castrista no invite al optimismo.