Sevilla

Manzanares corta el tráfico en Sevilla

Sevilla. Tercera y última de la Feria de San Miguel. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, (1º, 2º y 6º) y de Juan Pedro Domecq. El 1º, bravo; el 2º, con movilidad pero más ligero de cuello; el 3º, desfondado e imposible para torear; 4º y 5º, nobles y buenos; y el 6º, complicado. Lleno.José María Manzanares, de azul celeste y oro, estocada recibiendo un punto contraria (dos orejas); pinchazo, apuntillado (saludos); media estocada tendida, aviso, descabello (oreja).Alejandro Talavante, de grana y oro, pinchazo, media trasera (saludos); estocada un punto trasera (oreja); pinchazo, estocada, descabello (saludos). Parte médico de Luis Blázquez: «Policontusión abdominal y en miembro inferior derecho, presenta erosiones superficiales, con dolor a la palpación y sin signos de irritación peritoneal». Pronóstico «reservado».

Imagen del diestro saliendo a hombros por la Puerta del Príncipe de Sevilla
Imagen del diestro saliendo a hombros por la Puerta del Príncipe de Sevillalarazon

La tarde empezó a las seis en punto. La tarde de verdad. Sin preámbulos ni medias tintas. El lexatin vino justo después. Aquí nadie había venido a pasar el rato. Manzanares se fue a la puerta de toriles y se postró de rodillas. Una portagayola con todas las de la ley para recibir al primer toro de Cuvillo. Ni dolores de mano ni concesiones. Duelo desmedido. Se olía. Se palpaba. Toreó bonito con el capote y apretó el toro ya en el primer par de banderillas que le puso Curro Javier. El bravo toro, que fue Cuvillo profundo, no perdonó a Luis Blázquez en el segundo envite. Cerca de tablas arremetió contra él y lo empotró después en la barrera durante casi 40 segundos. Cogida espeluznante, interminable, ni una idea buena pasaba por la cabeza. Un espantoso momento del que cuesta recuperarse, incluso ahora, dueños ya del desenlace. Cuando entre todos, y todos en verdad estaban en el ruedo, lograron quitarle al toro y Luis se levantó, ya sólo eso, fue un soplo de oxígeno con el que no contábamos. Deshecho se lo llevaron a la enfermería. El milagro se había citado a una hora y en un sitio. Imposible creer si no. Para sobreponerte a eso, que nos tenía cortada la respiración, hay que ser de otro planeta. Héroes de carne y hueso con vestidos del ayer. Manzanares olvidó la imagen, rechazó el miedo, y se fue a por el toro, que el espectáculo que se dirime entre la vida y la muerte tenía que continuar. Toreó bonito con la derecha, y al natural a un toro importante. En una tanda, se quedó más corto el Cuvillo, quiso improvisar Manzanares con una arrucina y por poco le sale caro. Resolvió el torero después, encontró la sintonía con la faena y con el público y se cobró una estocada hasta la bola recibiendo. Dos trofeos para Manzanares. El tercero de Juan Pedro le cerró las puertas del cielo. Otra vez a portagayola. El toro se desfondó y se echó en el ruedo. Pero el quinto tuvo nobleza, motor y bondad para seguir las telas de un Manzanares pletórico de temple, exquisito de formas. Fue descubriendo y descubriéndose y cuando nos quisimos dar cuenta, había firmado tres tandas monumentales. Una media y otro trofeo más que le lograba la tercera Puerta del Príncipe, con abrazo incluido a su padre, ambos en lo más hondo del corazón de Sevilla.

Talavante cruzó el ruedo y a la boca del miedo se fue a recibir al segundo toro. Derrochó entrega ahí y hasta que rodó el sexto, con el que hizo un esfuerzo de torero grande y capaz. El segundo Cuvillo tenía movilidad pero no entrega. Ahondó Talavante camino por camino sin caer en la desidia. Se las vio después con el Juan Pedro bueno y fue improvisando una faena que iba ganando adeptos, sumando emociones, contagiando el poso de su toreo. Midió el tiempo. Qué clave. Y la magia que había implantado tuvo premio. El sexto Cuvillo sabía que algo dejaba atrás. Y ni un paso le cedió Talavante. Esfuerzo de vaciarse, de aguantar el envite del toro aunque en más de una ocasión sacara la cara a mitad del muletazo. Tragó sin fisuras. Y taponó el éxito con la espada. La dimensión quedaba.

A hombros por la Puerta del Príncipe sacaron a Manzanares de nuevo. Pero había más. La emoción que se derramó en el público para sacarle de la furgoneta y, quisiera o no, llevarle a hombros hasta el hotel Colón. Las calles cortadas y una muchedumbre detrás de José Mari. Imagen impagable. Emociones únicas al grito de «torero, torero». No había manera de poner fin al idilio. Al agradecimiento por lo vivido y sentido en una plaza de toros. Manzanares regaló su chaquetilla, azul cielo y oro, con la condición de repartirla. Un pedacito de ese vestido, de ese momento, era nuestro para siempre. De esto vive el toreo. Esa grandeza que te aboca al vacío.