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«Miss quiebra» por Alfonso Ussía
Mañana será el día de escribir los gozos y desventuras de las elecciones andaluzas y asturianas. Hoy me ciño, domingo soleado, a la noticia publicada por «La Razón» que no ha podido ser desmentida. La organización del concurso «Miss España» ha quebrado. No es la quiebra más importante para la economía española. Sólo un rincón de la sociedad más absurda puede sentirse entristecida. A España le importa un bledo que «Miss España» desaparezca. No la chica, sino la organización.
Muchos ignorarán que el certamen de «Miss España» empezó a celebrarse, por indicación de don Torcuato Luca de Tena, fundador de ABC y «Blanco y Negro», en la añorada sede de la calle de Serrano. Creo que el título a conquistar era el de «Miss Belleza Española», y en 1927, por rescatar un ejemplo relevante, la ganadora fue una guapísima y jovencísima Concha Piquer. Y en 1929, Pepita Samper, que compitió seguidamente en el concurso de «Miss Europa», y fue premiada por ABC con una pulsera de diamantes y zafiros. El presidente del Jurado era el pintor Julio Romero de Torres, el que pintó a la mujer morena y nos acompañó durante tantos años a los españoles desde los billetes sepias de cien pesetas. En 1930, falleció el pintor cordobés y presidente de los Jurados que coronaron a las primeras «Miss España».
La amistad entre la organización y el periódico centenario no se rompió. Su director durante casi quince años, Luis María Anson –Director y también salvador de ABC–, fue presidente del jurado de Miss España en muchas ediciones, y en una de ellas nos pidió al gran Antonio Mingote y a este nada humilde servidor de ustedes que fuéramos miembros del jurado. Una y no más, Santo Tomás. No me gustó nada. Había algo de esclavitud mórbida en aquello. Las aspirantes, antes de hacerlo en público, desfilaban una a una ante el jurado en traje de baño. Y se sentaban de esta guisa frente a las personas que juzgaban su belleza física y su preparación intelectual, respondiendo preguntas de todo tipo. Una de ellas reveló que su afición primordial era la pintura. Lógicamente, el encargado de preguntar a la pintora fue Antonio Mingote, que, bondadosamente, y para que saliera del paso airosa, le formuló una pregunta muy poco concreta. «¿Cómo pinta usted?», a lo que ella respondió: «Yo pinto como Velázquez pero con muchísimos más colores». De aquella edición fue vencedora una belleza vizcaína, Inés Sainz, que poco más tarde a punto estuvo de renunciar a todo por la agobiante presión de la Organización, que prácticamente se convertía en la propietaria de la «Miss España» durante un año, un dorado, agotador y enloquecido año de esplendorosa prisión.
El resumen de aquello era cincuenta chicas que lloraban de tristeza al final y una que lo hacía de alegría, desconocedora de sus futuros llantos en la soledad de su «reinado», en las que eran pesadas como ganado para que no engordaran, llevadas y traídas de un lugar a otro porque así lo contemplaba un contrato leonino, y casi todas, o al menos, las más inteligentes, volvían a llorar de alegría cuando le cedían el cetro y la corona a la desdichada que les sucedía en el tinglado.
La desaparición del concurso «Miss España» no puede considerarse trágico ni lamentable. Lo que en un principio era un certamen que no iba más alla de su propia celebración, terminó convirtiéndose en la versión moderna de una trata de blancas camuflada en las normas de un concurso, cuyas reglas imponía una cadena de televisión, en el año de mi experiencia, Tele-5. Sinceramente, aquello no me pareció nada aleccionador. Todo lo contrario.Que desaparezca.
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