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París

«Vente a trabajar conmigo» por José Manuel Gómez

«Vente a trabajar conmigo» por José Manuel Gómez
«Vente a trabajar conmigo» por José Manuel Gómezlarazon

Siempre es difícil escribir una nota necrológica y más en estos momentos de tristeza que estoy viviendo porque acabas de dejarnos, Germán. Nos conocimos en la Feria de Libro de Montreal (Canadá) en abril de 1975. Entonces yo trabajaba en París para una editorial francesa y me acerqué al único stand español de la feria, que era el de Anaya, empresa que habías fundado en Salamanca dieciséis años antes. Trataba de vender los derechos de edición en España de alguno de nuestros libros, me presenté, tú estabas acompañado, como casi siempre, de Ofelia.

La conversación fue avanzando, hasta que me preguntaste, en tono de enfado: «¿Cómo es que tú, siendo español, trabajas para una editorial de fuera de España?». Te respondí que mi deseo era el de convertirme en editor, que ya había sido librero en Madrid y que no veía la manera de que un editor español pudiera darme las oportunidades de desarrollo que yo esperaba. Añadí que la noche anterior había participado en una cena, en la que estaba Robert Maxwell, en la que éste anunció a los comensales la creación de una estructura en Inglaterra que conformaría el primer grupo eminentemente editorial del mundo. Tú rápidamente me contestaste: «Eso es lo que yo quiero hacer, y no sólo en España; vente a trabajar conmigo». Y así lo hice, con algunos pesares pero sin aburrimientos, durante cerca de veinticinco años. En 1998 decidiste vender el paquete de control de Grupo Anaya para dedicarte a tu fundación, después de haber creado o adquirido veintidós sellos editoriales en España y Latinoamérica, haber sacado a bolsa la empresa, haber fundado un periódico, publicado revistas y ser accionista y presidente del primer canal de televisión privada de España. Desde entonces, cuando hablábamos o nos veíamos, siempre te interesabas por saber cómo marchaba Anaya y te alegrabas de nuestros éxitos, comprobando que el grupo que, como pionero, fundaste continúa siendo una referencia obligada en el mundo de la edición con una creación y oferta completa de contenidos editoriales difícil de igualar dentro de nuestro entorno. En esos casi veinticinco años trabajando contigo tuve el privilegio de aprender mucho de ti. Te acompañé en largos viajes, casi siempre en compañía de tu Ofelia, unos geográficos, otros empresariales –de estos últimos, unos más acertados que otros–, pero siempre repletos de trabajo, de entusiasmo y de ilusión. También esos años me permitieron conocer a tu familia más próxima, a tus queridos sobrinos, que hoy sufren la pérdida de su querido «Mapu» o «Padri», que siempre estuvieron contigo celebrando tus éxitos y a tu lado cuando más los necesitabas.

En estos momentos de tristeza por tu pérdida, se agolpan en mi memoria muchos recuerdos que no me dejan ver con perspectiva lo mucho e importante que hiciste para la educación y la cultura de nuestro país. Qué difícil es dejar de pensar en el ser querido que se va para recordar su legado. Sé que otros lo harán por mí. Quizá el momento que puedo recordar más claramente en que se unieron la persona y su obra fue cuando, en 1989, me diste un gran abrazo en tu despacho, el que ocupo desde hace doce años, al haber logrado adquirir Alianza Editorial, compitiendo con editores españoles y extranjeros. Eso significó mucho para ti, ya que definitivamente trascendías el grupo de los, despectivamente llamados entonces, «editores textiles». Muchas veces te oí decir que querías devolver a la sociedad lo que de ella habías recibido. Estoy seguro de que tu fundación seguirá en ese empeño.

Con tu partida perdemos a un ser irrepetible. Doy fe de que te fuiste enamorado de tu esposa, Ofelia, hoy desconsolada y llena de dolor, y que viviste como solías decir «intentando hacer las cosas bien». Siempre buscaste la excelencia. Tal vez recuerdes que, encontrándonos en El Cairo para asistir a la Feria del Libro, en un domingo del otoño de 1976, acudimos a misa en una iglesia poco acogedora por el lugar, el ambiente y el idioma, y tú fuiste a comulgar como de costumbre, mientras Ofelia y yo nos quedábamos sentados. Más tarde comentamos que eras un católico muy practicante y tú reaccionaste diciéndome: «En la vida hay que ser disciplinado y si pertenezco a la Iglesia tengo que hacer las cosas bien». Llevaba yo entonces trabajando contigo un año.

En los siguientes veinticuatro, y aún ahora, catorce años después de haberte desprendido de Anaya, sigo tratando de mantener y poner en práctica tu afán. Y muchas otras personas que te conocieron, siguiendo tu ejemplo, harán lo mismo. Tu trayecto en la tierra llegó a su fin, pero no tengo duda de que, allá donde hoy te encuentres, seguirás, a tu manera, «haciendo las cosas bien».Que descanses en paz, Germán, te lo mereces. Y gracias por haberme dejado conocerte.

 

José Manuel Gómez
Presidente del Grupo Anaya