San Sebastián
España no es la Selección (y V) por César Vidal
El último aspecto en el que España –por desgracia– se diferencia de la Selección de fútbol es la forma en que se enfrenta con esa circunstancia innegable de la vida humana que recibe el nombre de competitividad. Recuerdo que cuando estudiaba Griego en sexto de Bachiller, una persona afeó a mi profesor, el nunca suficientemente reconocido padre Arce, que obligara a competir a los alumnos preguntándoles a menudo y asignándoles un puesto. Arce – que era un hombre ilustrado y con conocimiento de lo que hablaba–respondió: «Deben acostumbrarse a hacerlo. A fin de cuentas, esta vida es un pugilato». Algunos pensarán que el escolapio helenista estaba más cerca de Adam Smith que de la doctrina social de la Iglesia católica. Pueden desbarrar lo que quieran. La verdad es que se trataba de una persona que sabía de lo que hablaba. No se trata de que se quiera o no competir, sino de que la competencia forma parte de la vida cotidiana y de que la competitividad es absolutamente necesaria. Precisamente por ello, hay que aspirar a ser los mejores y además demostrarlo. Sin embargo, en España –salvo en términos deportivos– la competitividad es perseguida encarnizadamente por las peores instancias. Se aplasta con impuestos a los emprendedores hasta el punto de que España sufre la peor presión fiscal de Europa a excepción de Suecia –y en el caso de Cataluña, sin esa excepción– se multiplican las regulaciones para que abrir un simple comercio se convierta en una misión imposible que ni Tom Cruise superaría; se fragmenta el mercado en diecisiete taifas de tal manera que es más sencillo abrir una sucursal en Stuttgart o Glasgow que en Tarragona o San Sebastián; se enseña en las aulas que los emprendedores son seres perversos que sólo buscan la explotación despiadada de los inocentes; se carga a las empresas con la losa de los liberados sindicales que a nadie representan, pero que todos pagamos y, sobre todo, se sigue manteniendo un modelo de Estado inviable económicamente, pero que pagan los cada vez menos ciudadanos que crean riqueza en España. Se mire como se mire, resulta imposible ser competitivos con ese trasfondo y por ello provoca verdadera admiración el que todavía haya quien se arriesgue a levantar un negocio y no deja de causar pesar, pero pesar que comprende, el que tantas empresas españolas echen el cierre en nuestro territorio patrio y lo levanten en otro solar bien lejano. Si los futbolistas se vieran aplastados por la misma saña fiscal, si se escupiera sobre ellos desde las aulas, si fueran objeto de continuos ataques políticos, si no pudieran pasar de un equipo a otro con libertad… acabarían marchándose de España y la Selección terminaría vistiendo la camiseta al equivalente de Toxo, Méndez, Rubalcaba o Artur Mas. En suma, que no llegaría a ganar ni el primer partido. Y es que España – siento decirlo – no es la Selección.
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