Cataluña
Lento verano de 2010
Algo nos lleva a considerar que el tiempo veraniego de este año del Señor en el nuevo milenio, el 2010, transcurre con más lentitud que los anteriores. Tal vez ello se deba a que desearíamos todos haber superado tanta mala noticia acaecida antes y las que vendrán hasta el mágico año siguiente. Cabe apuntar que éste se supera hasta en desastres naturales en todo el mundo. Díganlo los rusos, indios, pakistaníes y chinos y hasta alemanes que viven próximos a las fronteras checas o polacas. Pero el Gobierno español trabaja y renuncia a sus merecidas vacaciones. Por si les faltaran preocupaciones acaban de inaugurar unas polémicas elecciones primarias en Madrid que habrán hecho saltar de gozo a Esperanza Aguirre. Pero el deseo de alterar la velocidad a la que transcurre el verano para situarnos, por ejemplo en el del 2012, resulta de que los augures anuncian toda suerte de males, aún peores, en los meses próximos. Ya ni el pánico que produjo el amago de huelga de los altruistas controladores aéreos resulta significativo. Lo que puede llegar en el próximo otoño –y no me refiero aquí tan sólo a esa celebrada huelga general, que algo habrá de suponer, aunque nadie entienda para qué sirve la pataleta–, son los incontenibles deseos de haber salido del túnel de una vez y no tener que limitarnos a ver, dicen, aquella luz que se supone de salida. Nos alegró por unos pocos días la contestada, en los EEUU, visita de la esposa e hija del presidente del Imperio a la costa de Marbella. Revivimos aquel «Bienvenido Mister Marshall», del añorado Luis García Berlanga. Porque este país cambia poco en sus esencias porque no quiere. Ofrecimos de nuevo la imagen del flamenco, de la bella rondeña plaza de toros, del cálido mar Mediterráneo, del hotel de superlujo y de la obligada visita de cortesía a los Reyes, en Palma de Mallorca. Los ejemplos de los enclaves turísticos tenían su aquel de corrupción autóctona. Pero no venía la señora con el saco de dólares de antaño ni hubo promesas. Fue visita privada.
Este verano se nos antoja más cálido y largo, como si reviviéramos aquella dura pieza de Tennesse Williams, que transcurría entre cosas de familia. Einstein, que descubrió algunos de los secretos del tiempo, o Bergson que ya advirtió que existía otro sicológico, algo dirían de este anhelo colectivo por envejecer más deprisa, por saltar, como si dispusiéramos de la máquina del personaje de Wells, a otros años que hoy imaginamos menos conflictivos. Pero, puesto que los políticos y los jueces, se encargan de colocar los hitos, habrá que superar trances que traducen inquietud. No sÉ muy bien si Cataluña desea o teme vivir los meses electorales que le caerán al regreso del ocio (quienes lo disfruten). Pero ya el Presidente expresó sus dudas sobre el crecimiento del tercer trimestre y nos deseó un cuarto algo mejor. Mucho nos tememos que seguirá aumentando el paro en tanto los propios EE.UU. y los países de nuestro entorno duden de la seguridad de su crecimiento. Tan sólo el consumo de alto nivel y las fortunas –que Hacienda desearía esquilmar si pudiera– resisten el embate de los malos tiempos. Hay, pues, dos versiones del discurrir de las horas: quienes las anhelan en otra dimensión y los que disfrutan el lento desgranar la arena en relojes de antaño. No pretendo cuestionar la naturaleza del cósmico einsteiniano, sino atender al que lleva cada uno en su interior y afecta a su vida cotidiana, porque responde al final común de todos como seres mortales que aún seguimos siendo, pese a los múltiples trasplantes.
Se encuentran las poblaciones de la segunda o tercera línea, tomando las abarrotadas playas como referencia primera, más solitarias que en años anteriores, agostadas, atravesando la pesada canícula con las dificultades del «se vende» o «se traspasa» o el «cerrado por jubilación». El turismo extranjero se resiente de su mal bolsillo y recurre al restaurante barato, de un menú que no sobrepase los diez euros. Los tiempos y medios de quienes nos visitaban masivamente nunca estuvieron al nivel de la esposa del presidente estadounidense. La sufrida clase media europea, entre la que casi nos encontramos, vive en otra dimensión espacio-temporal. Y se percibe en las pernoctaciones hoteleras y en el gasto en las tiendas, lo que los economistas calificarían de pequeño comercio, pequeña empresa, autónomos o asalariados con incógnita compartida. Su traducción significa menor consumo. Para no incrementar el paro o disminuir el 1% del PIB español, dado el recorte que el ministro Blanco ordenó de la obra pública, incluso la ya en ejecución, anunció Zapatero en su rueda de prensa mallorquina una revisión del descalabro dentro de una quincena. Blanco, pese a su indudable eficacia, no contó con el margen en la reducción de intereses que ha descubierto la ministra de Economía. Tal vez el Estado, dispuesto siempre a complacernos, haya logrado la multiplicación de panes y peces. Tampoco los tiempos del Presidente coinciden con el del dramatismo en que nos comunicó lo que ya sabíamos: estamos viviendo en los que cualquier sacrificio económico resulta insuficiente. De ahí que, dada la naturaleza hedonista del verano, propicio al descanso y a la siesta, se desee, por contradicción, que el tiempo transcurra a más velocidad, aunque nos recorte la existencia. Caen ya sobre nuestras cabezas las siete plagas. Hay que huir al desierto y hacer penitencia.
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