Murcia

A mala cara por Pedro Alberto Cruz

La Razón
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Paseas por la calle sin rumbo prefijado, dejándote llevar por tus pies, siempre en busca de sombra, siempre en busca de la más leve brisa que permita crear la ilusión del escalofrío, del contraste; abres el periódico aleatoriamente, sin importar la página ni la sección, sin buscar nada en concreto; enciendes el televisor y pasas de canal en canal por si hay suerte; conectas la radio por aquello de oír voces o escuchar música sin ver imágenes; realizas el ritual de leer los correos (no llego a más ni quiero), y te das cuenta que en todos los lugares, en todas las circunstancias, aparecen las mismas caras. Y te detienes a analizarla, y la única novedad es la hora de su aparición, el poco tiempo que separa a un minuto del minuto siguiente, la distancia entre un paso y otro, el intervalo entre los sonidos que conforman las palabras, y la única conclusión que obtienes es que la globalización es real, que el efecto matriuska existe y todas las «capas» son iguales. Y no vale la huída, de nada sirve esconderse en los rincones más remotos de la imaginación infantil: te siguen, te persiguen, te acosan, aprovechan el menor descuido para cambiar la semisonrisa que llevan de careta y mostrar sin reparos su auténtica expresión, su gesto repetido, hecho molde para que ningún congénere se sienta discriminado en estos momentos en los que el agravio comparativo sería insoportable, sería denunciado por cualquier «plastaforma», y sería llevado al Congreso para que sus Señorías clamaran ante ese delito de lesa igualdad. En estos días que corren la mala cara es el enseña nacional, la marca a fuego que uniformiza a los ciudadanos –en edad de cabrearse-, el rictus entre amargo y forzado que nos define como españoles de pie y de coche oficial. Menos mal que la meteorología nos acompaña, y así podemos decir: «A mala cara… buen tiempo».