Barcelona
Izquierda rota e indignada
La profunda crisis que padece la izquierda política y social española quedó ayer nítidamente reflejada en dos episodios muy diferentes: la manifestación de los «indignados» en Madrid y en otras ciudades como Barcelona, Valencia y Sevilla, y la decisión de Izquierda Unida de Extremadura de no apoyar un Gobierno socialista al frente de la comunidad, lo que supondría el punto final a casi treinta años de régimen unipartidista. Este cambio vendría a sumarse al acaecido en Castilla-La Mancha, otra comunidad históricamente gobernada por el PSOE. El relevo en Extremadura, de culminarse, no sería una cuestión menor cuyos efectos se limiten al ámbito regional. Sería, ante todo, el diagnóstico inapelable de la escombrera ideológica en la que se han convertido el socialismo y la izquierda radical, incapaces de afrontar los tiempos de crisis con una mínima garantía de éxito y credibilidad. Más aún, el caso extremeño expresa el coletazo agónico de IU para preservar su identidad y su autonomía frente al hermano mayor socialista. Después de ocho años actuando como sumisa comparsa, muchos dirigentes provinciales de la formación comunista han decidido terminar con la pleitesía como única forma de sobrevivir, pues ¿de qué sirve votar a IU si, a la postre, sus representantes se entregan servilmente al PSOE? Todo apunta, por tanto, a que la izquierda radical ha optado por romper amarras con los socialistas, como hizo Julio Anguita en los años 90, y reivindicar su propio camino sin hipotecas ni traiciones. Lo cual obligará al PSOE a reinventar un nuevo discurso y a apostar entre la moderación o la radicalidad. En este dilema contará muy mucho el movimiento de los «indignados», que ayer volvió a ofrecer en Madrid una demostración de fuerza nada desdeñable. Y, también de nuevo, se puso de manifiesto que se trata de una movilización de la izquierda sociológica que se siente huérfana y desasistida por quienes son sus dirigentes políticos naturales. Resulta muy elocuente que una de las protestas más coreadas ayer fuera contra el Pacto del Euro, al que los «indignados» tachan de injusto y discriminatorio. Pacto, por otra parte, que el Gobierno del PSOE apoya, sostiene y secunda con el elenco de reformas que ha puesto en marcha. Por lo demás, tampoco conviene caer en espejismos ni perder la perspectiva ante las movilizaciones «indignadas». Las cifras oficiales apuntaron que se manifestaron en toda España 125.000 personas. Sin embargo, no es ocioso recordar que el 22 de mayo fueron 20 millones los ciudadanos que se movilizaron para votar a sus representantes legítimos. Entre los deseos de los primeros y la voluntad de los segundos no hay comparación posible ni equiparación democrática. Lo «misterioso» es que los «indignados» no dirijan su irritación hacia el Gobierno y el partido que han llevado a España a la situación actual, y diluyan las responsabilidades de éstos metiéndolos en el mismo saco con el PP. Pues bien, si las elecciones en las que participaron 20 millones de votantes han decidido confiar en el PP, los pocos miles de «indignados» tienen la obligación de respetar la voluntad popular, verdadera democracia real. Y las reclamaciones, al maestro armero de la izquierda.
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