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La Razón
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Hay gente que debería salir a la calle con un esparadrapo en la boca dado sus elevados índices de contaminación acústica. Juan Soler es uno de ellos. La pugna entre Tomás Gómez y Trinidad Jiménez por medirse a Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid no necesita de espontáneos que salgan a amenizar la contienda. Y menos si son torpes, y Soler lo parece. Y mucho. Decir que el acento malagueño de Trinidad Jiménez le puede distanciar de los votantes de Madrid es una soberana tontería sólo a la altura de la que soltó otra espontánea –con un inaudito afán por meterse en todos los charcos– como Bibiana Aído, que entró al trapo para apuntar que los populares tienen rabia al acento andaluz porque es el del progreso y la solidaridad... Claro, como el «demócrata» y gaditano Miguel Primo de Rivera... ¿Dónde se dejaron olvidadas las neuronas? Y mejor no presumir de acentos, señor Soler, que los madrileños estamos estigmatizados por ese «ej que» cazallero y canalla, tan suave para el oído como un papel de lija. Da igual cómo hable Jiménez, lo importante es que se le entiende, aunque a veces no sea para bien. Igual ocurre con Esperanza Aguirre. Y eso es lo que queremos los madrileños: políticos que hablen nuestro idioma. Da igual la entonación. Y de esos, el socialismo madrileño en los últimos tiempos ha tenido pocos. Ahora parece que hasta sobran, entre un Tomás Gómez que ha salido del cascarón, una Trinidad Jiménez que es como esos amantes Guadiana que se van para volver, o Lissavetzky, tan deportivo él como para afrontar este maratón, que no garantiza una medalla, con la mejor de sus sonrisas. Entre unos y otros, Madrid, harta de seducir, por fin es un objeto de deseo que no se deprecia por sus pretendientes... Por ahora.