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Fukushima se equipara a Chernóbil

«La fuga de radiación no ha cesado completamente y nuestra preocupación es que pueda igualar, o incluso exceder, a la de Chernóbil». Lo reconocía ayer un ojeroso y abatido ingeniero de la Compañía Eléctrica de Tokio (Tepco).

El portavoz del Gobierno japonés, Yukio Edano, degusta un tomate producido en la ciudad de Iwaki, en la prefectura de Fukushima
El portavoz del Gobierno japonés, Yukio Edano, degusta un tomate producido en la ciudad de Iwaki, en la prefectura de Fukushimalarazon

Ha pasado más de un mes desde que el terremoto de-sestabilizó cuatro de los seis reactores de Fukushima 1 y la empresa responsable empieza a admitir los paralelismos con la peor catástrofe nuclear de la historia. Horas antes, la Agencia de Seguridad Atómica japonesa (NISA), organismo dependiente del Gobierno, elevaba de cinco a siete la gravedad del accidente, colocando Fukushima en el mismo nivel que Chernóbil, en lo más alto del listado de los peores accidentes nucleares de todos los tiempos.

Las autoridades niponas subrayaron que esta valoración no significa que las condiciones de la central hayan «empeorado». El salto obedece, por el contrario, a una nueva evaluación de los niveles de radiación emitidos. Lo cierto es que la escala internacional que ordena los accidentes nucleares según su gravedad (llamada INES) coloca en el nivel siete aquellas fugas que superen los 100.000 terabecquerels de material radiactivo, una cantidad que ha sido sobrepasada con creces en Fukushima. Según la NISA, los reactores 1, 2 y 3 han emitido al aire entre 370.000 y 630.000 terabecquerels desde que el tsunami inundó la planta el 11 de marzo. Y eso sin tener en cuenta el impacto de la contaminación sobre la tierra y el mar.

Sin negar la gravedad de lo que está ocurriendo, tanto el Gobierno japonés como decenas de expertos de todo el mundo se apresuraron a marcar diferencias entre Chernóbil y Fukushima. Para empezar, y según la propia NISA, los materiales radiactivos emitidos en Japón hasta la fecha son una décima parte de los que emitió Chernóbil. «Además, la estructura de los reactores es diferente. Es imposible que exploten y ardan los núcleos, como pasó en Ucrania», aclaró a LA RAZÓN Evan Douple, jefe de investigación de la Fundación de Efectos de la Radiación de Hiroshima.

Otro factor fundamental es la reacción de las autoridades: a pesar de que ha sido objeto de críticas, la gestión de la crisis está siendo mucho más transparente y eficiente en Japón de lo que fue en la ex Unión Soviética hace 25 años, donde no se supo nada de la radiación hasta que saltaron las alarmas de una central sueca.

Al explicar las diferencias, muchos expertos utilizan la misma imagen: Chernóbil como un estallido y Fukushima como una filtración, lenta pero constante. El reactor de la central ucraniana explotó, ardió y esparció todo el material contaminante en unas horas, convirtiendo la zona en un infierno y alcanzando la alta atmósfera. En Japón se han producido fugas constantes, que van dispersando las sustancias radiactivas en el aire, la tierra y el océano.

El viento las esparce y evita concentraciones letales, situación que explica por qué los operarios pueden trabajar todavía en la planta. Una a una, estas filtraciones no son tan graves como para alcanzar el nivel siete, pero al prolongarse acumulan el impacto. Con todo, la Organización Mundial de la Salud volvió a insistir ayer en que «hasta el momento hay muy poco riesgo para la salud pública fuera de los 30 kilómetros de la zona [de evacuación]».

El hecho de que la crisis siga descontrolada un mes después del accidente hace que incluso algunos técnicos de Tepco piensen que, a medio o largo plazo, los cuatro reactores podrían acabar liberando más material radiactivo que Chernóbil. A este ritmo, tardaría varios meses en ocurrir. Es un accidente agónico y de desenlace incierto, pero al menos ofrece tiempo para informar y poner a la población a salvo, realizar evacuaciones y planificar soluciones con las que minimizar los daños.

Los expertos también insisten en que es a largo plazo donde los paralelismos con la catástrofe ucraniana serán patentes. Por ejemplo, los daños sobre la pesca, la ganadería, el agua y la agricultura. O sobre la tierra próxima a la planta, que probablemente correrá la misma suerte que la «zona de exclusión» que rodea Chernóbil y que aún hoy sigue deshabitada. Según el Comité Científico de la ONU sobre los Efectos de la Radiación Atómica, harán falta al menos dos años para empezar a valorar las consecuencias del accidente sobre la salud de los japoneses. Y quizás sean necesarias décadas para obtener una radiografía completa de la tragedia.

En esa línea se expresó ayer Leonid Bolshakov, director del Instituto de Seguridad Nuclear ruso, familiarizado con el desastre ucraniano. En su opinión, «es muy pronto para comparar ambos accidentes». A Bolshakov le preocupa más cómo van a cerrar los japoneses la crisis: ¿Cuándo tomarán la decisión de sellar los reactores como se hizo en Chernóbil? Por ahora, no se ha empezado a planificar, en la esperanza de que se puedan reparar los sistemas de refrigeración automática. «No creo que puedan evitar tener que construir un cofre protector. La pregunta es cómo van a hacerlo y qué diseño tendrá».