Argentina
El Inter y Mourinho campeones de Europa
El Inter recuperó, cuarenta y cinco años después, el reinado en el Viejo Continente y conquistó su tercera Liga de Campeones impulsado por el talento y el acierto del delantero argentino Diego Milito, un nuevo héroe en el que se sostendrá la historia reciente del conjunto italiano.
Cuarenta y cinco años ha vivido el Inter sin Diego Milito. Cuarenta y cinco años se ha pasado esperando para ganar su tercera Copa de Europa. El argentino es el componente humano de un equipo que juega con mando a distancia, el que le enseña a Sneijder un camino entre los dos centrales del Bayern que no aparece en el mapa para marcar el primer gol. El que se atreve a descubrir que Van Buyten es de madera para hacerle cachitos con un quiebro instintivo y previsible para cualquiera que prefiera jugar con la pierna derecha. El único camino del Inter para ganar la final de la «Champions».Milito es un espacio libre de humos en un equipo contaminado por los pensamientos de su entrenador. Todo está programado, menos lo que se le ocurre al argentino en el área. Porque allí no hace falta pensar. Es suficiente el instinto. Hasta su cambio estaba anunciado cuando marcó el segundo. Mourinho programa los esfuerzos, pero también el reparto de premios. La afición del Inter se había dejado la vida gritando el apellido del goleador cada vez que el «speaker» del equipo anunciaba su nombre. Cinco veces después de cada gol. A esas mismas gargantas les faltaban manos para aplaudir cuando el argentino se retiró al banquillo cumplido el minuto 90.Para el Inter, la Copa de Europa era una cuestión de familia. Un trofeo que ahora sabe que se transmite de padres a hijos. De Angelo, el presidente que ganó las dos primeras en los 60, a Massimo. Para Diego Milito, también lo era. Ahora ya tiene la Copa que ganó su hermano el año pasado con el Barcelona. La diferencia es que Gaby estaba lesionado. Y Diego es la foto del éxito. Incluso para Giuseppe Baresi era una cuenta pendiente en la familia. Su hermano Franco recibió dos con el brazalete del Milan. Beppe es uno de esos técnicos que ayudan a Mourinho a programar los partidos.El portugués, como Luis Aragonés, es de los que piensa que las finales no se juegan, se ganan. Porque su equipo no tuvo ninguna intención de jugar. Disimuló al principio, con la idea de agradar en el Bernabéu, para demostrar que no es un técnico defensivo. Pero bastó un gol a favor para demostrar sus intenciones, para empezar a jugar con todos atrás y Dios de «9», como dicen en Argentina. Y Dios se apareció porque detrás otros dos argentinos trabajaban para todos. Cambiasso y Zanetti eran la barrera en la que se estrellaban todos los intentos del Bayern. No estaba preparado Van Bommel para discutir con argumentos razonables ante ellos dos en el doble pivote.Etoo se convirtió en lateral derecho, Pandev en lateral izquierdo y el Inter en una mezcla parecida al hormigón armado que el Bayern de Múnich no podía tragar. A los alemanes sólo les quedaba la salida por la periferia. Allí aparecía Robben, como lo hizo en sus últimos tiempos en el Real Madrid. Desde la derecha para buscar el disparo. Pero eso también lo tenía estudiado Mourinho. Después de conducir al Bayern al abismo de la banda, a Robben siempre lo esperaban dos a la salida de cada regate. Era muy complicado escapar. Y cuando lo hacía siempre había una mano de Julio César para despejar. No había manera de que la pelota llegara hasta Olic, un delantero vulgar que a fuerza de insistencia y goles había llevado a su equipo hasta el Santiago Bernabéu.«Además de los cuerpos, entreno los cerebros de mis jugadores», había dicho Van Gaal en la previa. La diferencia es que Mourinho los programa. Por eso, los alemanes se hartaron de buscar salidas y los italianos no se cansaron de taparlas. Tampoco se cansaron de correr. Lo hicieron incluso detrás de Platini, que bajaba con la Copa para entregársela a Javier Zanetti. La levantó el capitán, la otra muestra de que el suyo es un equipo con corazón. El Inter de Milán ya no tiene que esperar más para colorear los viejos trofeos en blanco y negro del abuelo. Ha encontrado a Diego Milito.Madrid- Cuarenta y cinco años ha vivido el Inter sin Diego Milito. Cuarenta y cinco años se ha pasado esperando para ganar su tercera Copa de Europa. El argentino es el componente humano de un equipo que juega con mando a distancia, el que le enseña a Sneijder un camino entre los dos centrales del Bayern que no aparece en el mapa para marcar el primer gol. El que se atreve a descubrir que Van Buyten es de madera para hacerle cachitos con un quiebro instintivo y previsible para cualquiera que prefiera jugar con la pierna derecha. El único camino del Inter para ganar la final de la «Champions».Milito es un espacio libre de humos en un equipo contaminado por los pensamientos de su entrenador. Todo está programado, menos lo que se le ocurre al argentino en el área. Porque allí no hace falta pensar. Es suficiente el instinto. Hasta su cambio estaba anunciado cuando marcó el segundo. Mourinho programa los esfuerzos, pero también el reparto de premios. La afición del Inter se había dejado la vida gritando el apellido del goleador cada vez que el «speaker» del equipo anunciaba su nombre. Cinco veces después de cada gol. A esas mismas gargantas les faltaban manos para aplaudir cuando el argentino se retiró al banquillo cumplido el minuto 90.Para el Inter, la Copa de Europa era una cuestión de familia. Un trofeo que ahora sabe que se transmite de padres a hijos. De Angelo, el presidente que ganó las dos primeras en los 60, a Massimo. Para Diego Milito, también lo era. Ahora ya tiene la Copa que ganó su hermano el año pasado con el Barcelona. La diferencia es que Gaby estaba lesionado. Y Diego es la foto del éxito. Incluso para Giuseppe Baresi era una cuenta pendiente en la familia. Su hermano Franco recibió dos con el brazalete del Milan. Beppe es uno de esos técnicos que ayudan a Mourinho a programar los partidos.El portugués, como Luis Aragonés, es de los que piensa que las finales no se juegan, se ganan. Porque su equipo no tuvo ninguna intención de jugar. Disimuló al principio, con la idea de agradar en el Bernabéu, para demostrar que no es un técnico defensivo. Pero bastó un gol a favor para demostrar sus intenciones, para empezar a jugar con todos atrás y Dios de «9», como dicen en Argentina. Y Dios se apareció porque detrás otros dos argentinos trabajaban para todos. Cambiasso y Zanetti eran la barrera en la que se estrellaban todos los intentos del Bayern. No estaba preparado Van Bommel para discutir con argumentos razonables ante ellos dos en el doble pivote.Etoo se convirtió en lateral derecho, Pandev en lateral izquierdo y el Inter en una mezcla parecida al hormigón armado que el Bayern de Múnich no podía tragar. A los alemanes sólo les quedaba la salida por la periferia. Allí aparecía Robben, como lo hizo en sus últimos tiempos en el Real Madrid. Desde la derecha para buscar el disparo. Pero eso también lo tenía estudiado Mourinho. Después de conducir al Bayern al abismo de la banda, a Robben siempre lo esperaban dos a la salida de cada regate. Era muy complicado escapar. Y cuando lo hacía siempre había una mano de Julio César para despejar. No había manera de que la pelota llegara hasta Olic, un delantero vulgar que a fuerza de insistencia y goles había llevado a su equipo hasta el Santiago Bernabéu.«Además de los cuerpos, entreno los cerebros de mis jugadores», había dicho Van Gaal en la previa. La diferencia es que Mourinho los programa. Por eso, los alemanes se hartaron de buscar salidas y los italianos no se cansaron de taparlas. Tampoco se cansaron de correr. Lo hicieron incluso detrás de Platini, que bajaba con la Copa para entregársela a Javier Zanetti. La levantó el capitán, la otra muestra de que el suyo es un equipo con corazón. El Inter de Milán ya no tiene que esperar más para colorear los viejos trofeos en blanco y negro del abuelo. Ha encontrado a Diego Milito.
✕
Accede a tu cuenta para comentar