Francisco Nieva

La credulidad por Francisco Nieva

La Razón
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No nos hagamos ilusiones: en un país en decadencia, todos estamos en decadencia, la derecha y la izquierda. En este, como en tantos artículos míos, yo generalizo según el aire familiar que respiro, de lo que veo y siento alrededor. Acaba de terminar la Semana Santa y me parece oportuno hablar de creencias y credulidades. Todos necesitamos creer en algo. Nada se recomienda tanto tener fe, un gran recurso a favor de la vida humana. Sería mortal no creer en nada y en nadie, y cada uno nos distinguimos por nuestras creencias. Si conocer y relacionarse con mucha gente está muy bien, enterarse bien de quién es cada uno parece ser mejor. Y vamos por partes: por parte de un empresario ambicioso –y suponemos que honrado– conocer a su entorno laboral y asegurarse su confianza –o su credulidad– es vital.

Ser rico debiera ser también una carrera. A partir de un determinado capital de base, el rico tendría que pasar a examen, estudiando primero la «carrera de rico», como la de abogado o aparejador. Y lo mismo que un arquitecto se licencia, en la confianza de que no se le va a derrumbar ningún edificio, igualmente licenciarse de rico reside en la confianza titular de que no se le derrumbe la reputación por una gestión delictiva y egoísta de su dinero, que puede sepultar cantidad de familias en la pobreza y la desolación. «Licenciarse de rico» también comporta esa seguridad de base. Una «democracia capitalista» debiera adoptar estos principios de igualdad en tirios y troyanos.

Pero dejémonos de bromas y de fantasías. Hablábamos de credulidad, que en estos tiempo hace llorar a muchos crédulos en el sistema, casi sin preguntarse por qué, como tantos creyentes creen en Dios. Si la credulidad no es cosa buena, la incredulidad también es una rémora vital. Ante los fieles religiosos, el ateo cree ciegamente en el ateísmo, como en una religión al revés. Hay tantas creencias como personas. Por eso mismo he dicho que nuestras creencias nos definen y es fácil hacer una selección analítica de nuestros semejantes, con los que hemos de tratar, negociar, ilustrarnos, divertirnos y vivir en paz. Son inevitables esos grupúsculos amistosos que, a veces, son tan importantes. «Quien se parece, se junta». Y se supone que todos creen en algo y todos saben en qué y tienen confianza unos en otros. Es importante asegurarnos de quiénes somos y quiénes son los demás, con los que habremos de tratar. Esta medida de prudencia es muy de alabar. Tratar de conocer al prójimo con la mayor seguridad. Cosa que está al alcance de todo el mundo que no quiere equivocarse.

Hay que creer, aunque a uno le engañen o uno se engañe a sí mismo, nadie está libre. Pero hay que seguir creyendo en algo, aunque sea de lo más singular. Y seguir buscando semejantes que crean en lo mismo. Nada lo demuestra mejor que las relaciones –de socorro– por Internet. - «No vivo si no me relaciono y si no prometo confianza en mí».

Tanto a nivel particular como general, relacionarse y ganar confianza es una necesidad y un objetivo primordial en la vida de cualquiera, ya se trate de una castañera o del primer ministro de la nación. Pero, ¡cuidado! ésta es la versión ética del asunto, la versión objetiva también revela sin contestación que la tal búsqueda de relaciones selectivas y la necesidad de generar confianza también se da entre gente con inclinaciones delictivas, afectas a toda clase de irregularidades, drogadicción, pornografía, masoquismo, demonismo y «mala pata», dicho claramente. He aquí nuestra realidad: los padrinos y autoridades de las mafias también necesitan relacionarse y generar confianza, hasta demostrar que «los ladrones somos gente honrada». Naturalmente, «en el ambiente que nos lo permite por consenso uni-parcial». El delincuente debe ser honrado con sus semejantes o esto se castiga hasta la muerte. Lo que viene a ser aterrador es la enorme cantidad de gente que se parece y confía mutuamente en sus malas prácticas. A todos los niveles, resulta que en este mundo la fe y la credulidad pueden ser tan letales como la incredulidad y la falta de confianza en algo. Existen crédulos feroces que persiguen sañudamente la incredulidad, dictadores, inquisidores, terroristas… Lo que demuestra que la fe es tan positiva como negativa. La buena y la mala fe. Las dos existen por igual. Y así, lucharán eternamente. Lo más importante es tratar de librarse, lograr no vivir asustados, sobrevivir lo mejor posible entre el bien y el mal.