Sevilla
Rafaelillo héroe ante lo imposible
Bilbao. Segunda de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Miura, el 2º, sobrero descastado de La Campana y el 6º, de Marqués de Domecq, peligroso; grandones, de desiguales hechuras, sin casta ni bravura y de mal juego. Juan José Padilla, de salmón y azabache, estocada caída (silencio); estocada (saludos). Rafaelillo, de tabaco y oro, dos pinchazos, estocada buena (silencio); pinchazo, estocada, dos descabellos (saludos). Raúl Velasco, de tabaco y oro, media, descabello (palmas); estocada (silencio).
No nos decepcionamos porque poco o nada esperábamos. Más bien, desesperamos. Miura, que no Mihura, volvía a Vista Alegre después de nueve años. Regresaba la mítica divisa, la de la leyenda negra que por más fracasos que sume sigue navegando en las grandes ferias. Sevilla, Pamplona, Bilbao... Dos toros se devolvieron a los corrales, más feos no podían ser, pero lo peor lo llevaban por dentro: sin fuerza. Qué poco espíritu. Tampoco hubiera pasado nada si los que quedaron en el ruedo los hubiéramos borrado de un plumazo. Rafaelillo le echó un valor de otro mundo. Qué tío. Hay que tenerlo muy claro para estar así con un toro que te quiere quitar la cabeza a nada que te descuides. Fue el quinto un cabrón, perdón, dejarlo en malo me parece poco. El miura no es que no se empleara, no es que no tuviera clase, era un regalito de los que nadie quiere que ni llegaba a entrar en la muleta. De tú a tú le miraba a Rafaelillo, a la misma altura, pero a él no le temblaban las piernas. Y eso que le había lanzado por los aires nada más empezar, para entrar en calor. Aguantó, valor de hierro, se impuso y llenó de mérito su tarde. Pundonor, aunque vengan mal dadas, y se sepa antes de hacer el paseíllo.
La tarde estuvo amenizada por la sensacional banda de música, y por los truenos (y algún rayo) que caían del cielo. Entre los interminables truenos e inenarrables miuras, teníamos motivos para salir huyendo. Alguien llegará que nos reconcilie, pero el toreo bueno ayer no lo encontraba ni la Gestapo. Imposible. Si el toro topa en vez de embestir, midiendo por arriba, te corta el viaje, como mucho se puede ir a la guerra, pero no más. Y ahí, en el barro, estuvo Rafaelillo. El sobrero de La Campana trituró las opciones de triunfo: unas veces iba al suelo, otras descompuesto...
Peor fue lo del sexto, también sobrero pero de Marqués de Domecq. Qué suerte ha tenido Raúl Velasco, pensamos: viene a matar la de Miura y se lleva uno del marqués. En qué hora. Velasco fue la sorprendente sustitución elegida para Bilbao para reemplazar a Serafín Marín y el festejo no fue como para salir triunfal de Vista Alegre. El sexto tuvo toda la maldad del mundo, peligroso, rápido de cabeza, giraba con mucha virulencia nada más entrar en la muleta. Velasco tragó, le puso los muslos una y otra vez, sin echar el paso atrás y le metió la espada. No se podía pedir más. El tercero se lo llevó por delante en el primer muletazo y lo que vino después fueron medias arrancadas, paradas, y como lo tenía todo dentro, cuando acudía había que andarse ligero.
El primero de Padilla cantó lo que iba a ser nada más salir de toriles. Ni en el capote se desplazó. Hizo el esfuerzo con el cuarto, que le rompió dos muletas del tirón. Se movía, de ahí a que lo hiciera bien el toro había un camino insalvable.
La leyenda de Miura un día se ennegreció, la realidad de hoy es infumable
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