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Manos en libertad por Pilar Ferrer
Fue una marea humana de manos blancas. Han pasado quince años. Quienes antaño no dudaron en encabezar la manifestación en homenaje al joven concejal del PP asesinado Miguel Ángel Blanco, véase el caso del PNV o el Partido Socialista de Euskadi, se mueven hoy en un ambigüedad calculada. Aquel día, el propio Xavier Arzallus, líderes socialistas como Txiki Benegas, y un incipiente Patxi López, a quien pocos conocían, enarbolaron la marcha de las «Manos Blancas». El tiempo cambiaría muchas cosas.
A día de hoy, ETA no mata. Cierto. Pero cabe preguntarse a cambio de qué. Las víctimas son las mismas. Los nuevos dirigentes, tampoco. Basta recrear la mirada por el hermoso marco de los jardines donostiarras de Alerdi Eder para comprobar cómo el mayor bastión municipal de San Sebastián está en manos de Bildu y el poderoso órgano de la Diputación Guipuzcoana lo ejerce Martín Garitano. Ese rostro impenetrable, alguien que poco entenderá, o tal vez esté en fase de ello, el dolor de los padres y la hermana de Miguel Ángel Blanco. Es la suya, esta última de las víctimas, una más de las concentraciones a favor de la libertad y en contra de la impunidad. He aquí la clave. Frente a decisiones judiciales muy discutibles, y nuevos sumarios abiertos por jueces de la Audiencia Nacional que afectan a conocidos etarras, ya convictos, ahora revisables, el colectivo del dolor aboga por la paz, sin mentiras. El lenguaje de aquellas manos en memoria de Miguel Ángel, blancas y en silencio, claman ahora por un final que no sea impune. Bien lo dijo San Agustín: «Tengo una mano. Y te la ofrezco para que compruebes que tengo dos».
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