Barcelona
La Ley Cristina López Schlichting
Cuando te juegas la vida, aprendes lo que vale la Ley. En la guerra civil de Albania, en los 90, las balas preñaban el aire. Había entrado en Valona –crucé las líneas de fuego disfrazada de monja– y los rebeldes se ponían las botas disparando contra los que recorríamos de noche la ciudad, desafiando el toque de queda. Recuerdo un tiro en especial, un proyectil que se clavó a mi lado, a mi derecha, bajo un cielo negro. A lo lejos vi el resplandor del cigarro del tirador. De repente supe que si moría quedaría en una cuneta y nadie reclamaría mi cadáver. Porque en ese momento, en el sur de Albania, no quedaban ni jueces ni policía. Era la ley del más fuerte, es decir, no había Ley.
Regresar a España de aquellos viajes era comprender que aquí no te podían disparar impunemente. Que existía un orden, un estado de derecho, un castillo de leyes que obligaban y defendían la vida de la persona. Ahora escucho a un mandatario, a un poderoso catalán, decir que se saltará la Ley. Y me pregunto si yo tengo que seguir pagando mis impuestos o si sólo se le permite a él evitar el orden acordado por todos.
Hay una edad para desafiar la Ley. Recuerdo mi adolescencia en plena transición, cantando canciones de libertad, discutiendo sobre aborto y divorcio e impugnando la autoridad paterna, la de las monjas del cole, del presidente del Gobierno y de la OTAN. Por unos años te crees un robinsón, el primer hombre que habita la tierra, y piensas que lo vas a inventar todo, que nadie puede enseñarte nada y que eso que decían los enciclopedistas de que la soberanía reside en el pueblo, que deposita su poder en el Estado, es una tontería. Pero el tiempo todo lo cura. Y en la vejez comprendes que, sin leyes, eres pasto del violento de turno. Que lo que mueve a un juez a levantar un cadáver no es la piedad, sino la Ley. Que lo que impulsa al policía a perseguir al criminal no es la compasión, sino la Ley. Que lo que obliga a indemnizar y compensar no es la generosidad, sino la Ley. Ahora llega Mas y dice que a él la ley no le importa. Que hará lo que a él le parece bien al margen de la Ley. No sé si se da cuenta de lo peligroso que resulta impugnar el Estado de Derecho, abrir la caja de Pandora del instinto salvaje. Puede que a alguien le dé por insultar a Mas o dejar de pagar impuestos municipales en Barcelona o conducir a toda leche por la Costa Brava. Podrá decir, si le preguntan, que en Cataluña se hacen las cosas con o sin Ley. A gusto del consumidor. Me niego a pensar que al grueso de los catalanes esa forma primitiva de actuar, ese triunfo del instinto, les parece bien.
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