
Historia
Horas de ciudad

Hay unas determinadas horas a lo largo del día en que una ciudad cualquiera se la juega ante la sensibilidad del individuo: o se la termina amando o, por el contrario, se la odia. Son momentos sin más historia que subjetivamente han adquirido un carácter «crítico», crucial a la hora de crear vínculos con un determinado contexto. En mi caso, uno de estos instantes cargados de sentido suele ser la primera hora de la tarde, coincidiendo con la reapertura de los comercios. En la mayoría de las ocasiones, es como si todo el fondo de tristeza que se acumula en la vida de una urbe presionara para salir a superficie e impregnar fatalmente cada mínimo acontecimiento que en ella tiene lugar. Durante unos minutos, los lugares de siempre se tornan inhabitables, imposibles de asumir por un bagaje experiencial que no está preparado para soportar el peso de tanta inadaptación.
No sé por qué todo esto sucede en dicha franja del día y no en otro momento: no hay explicación plausible para ello. Es un sinsentido que reiteradamente agujerea el tejido de lo cotidiano y lo hace trizas. Pocas veces genero tanta desafección con aquello que me rodea. Y aunque es cierto que conforme avanza la tarde acabo por normalizar mi relación con el entorno, también lo es que la acumulación de estos instantes abre una brecha con lo familiar que ya sólo puede ampliarse con el tiempo. La ingenuidad es algo que únicamente se pierde una vez y que nunca más vuelve a ser recuperado. Se trata de un material fungible, irremplazable, que no admite reconstrucciones capaces de paliar los efectos de la devastación.
En realidad, lo que sucede cuando, por primera vez, te ves atrapado en una situación de este tipo es que hay algo que se pierde inevitablemente, una suerte de relación preconsciente con el lugar en que vives que desaparece para siempre. En momentos como éste, hay un dolor que no es tuyo y que se manifiesta en toda su crudeza. Basta con que un cierto tipo de luz incida de un modo algo especial sobre un rincón u objeto al que nunca habías prestado atención para que el carácter colectivo de una amargura emerja sin contemplaciones e imponga su disciplina del desasosiego. Eso ya queda para siempre porque, de un modo u otro, siempre lo recuerdas, se agarra a tu memoria de un modo que jamás habrías imaginado.
Pedro Alberto Cruz Sánchez
Consejero de Cultura y Turismo
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