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El monte no arde solo por Carlos del Álamo
Los incendios forestales son siempre el indicador de una tensión o desequilibrio del territorio. Los incendios, salvo los provocados por el rayo, son consecuencia de la negligencia o de la intencionalidad de las personas que los provocan.
El monte no arde solo. El monte arde cuando alguien pone la llama, por acción o por omisión, cuando no se toman las medidas preventivas que su alto interés social exige a los poderes públicos como administradores de la utilidad pública, que beneficia a toda la sociedad.
En los montes, Santa Bárbara truena todo el año, pero nos acordamos de ellos cuando arden. Las lágrimas de cocodrilo de los representantes públicos o privados duran lo que dura el periodo de incendios. Después, hasta la próxima.
El monte está muy lejos de los despachos. Los árboles no votan, aunque sí sus propietarios, más de dos millones en España, mal organizados.
¿Qué pasa en el monte español para que inexorablemente tenga que arder año tras año?
Ocurre que el monte no es rentable. El monte rentable no arde y hay buenos ejemplos en España, pero la ausencia de una política forestal realista y acorde con los intereses generales ha conducido al monte español al abandono y la desidia. La economía forestal, que veía una luz de esperanza en la biomasa como fuente de energía renovable, más barata, social y ambientalmente sostenible, ha visto truncado su futuro por la supresión de los incentivos a una fuente renovable, que ordenaba el aprovechamiento del combustible a través de las plantas de biomasa, en vez de la quema indiscriminada y delictiva del monte. ¿Sabremos remediarlo?
Carlos del Álamo Jiménez
Decano del Colegio de Ingenieros de Montes
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