Ibiza

Loros que chapotean

Pasea por la orilla. Y habla solo. Al menos, eso parece. Pero no. Dotado de un pinganillo, mantiene una conversación telefónica

Loros que chapotean
Loros que chapoteanlarazon

¿Qué hacíamos quince años atrás en las playas sin móviles? Nadie lo recuerda. Ahora, el móvil es más importante en la playa que el traje de baño. (Aviso a los que no han leído los «Tratados de las Buenas Maneras»: lo que se pone el ser humano para bañarse es el traje de baño. El bañador es el que baña y el bañero el que vigila el baño y la limpieza de la playa. De tal forma que si alguien dice «tengo un bañador negro precioso», es que tiene un natural de Mozambique guapísimo que le baña). Retorno al principio, al móvil. Las playas son escenarios cruzados por millones de llamadas de teléfonos móviles. En los últimos años ha aparecido un nuevo especimen digno de estudio y análisis posterior. El loro que chapotea.

El loro que chapotea pasea por la orilla, chapoteando. Y habla solo. Al menos, eso parece. Pero no. Dotado de un pinganillo, el loro que chapotea mantiene una conversación telefónica con otro usuario. El ruido de las olas al romper impide, a más de diez metros, el seguimiento de su conversación. Pero a cinco metros de distancia se oye todo. De tal modo que si la conversación del loro que chapotea resulta interesante, pasean detrás de él unas cien personas pendientes de su charlita.

Recorría la playa de Oyambre de punta a punta días atrás, cuando me crucé con un loro chapoteador. Lo conocía y nos saludamos solemnemente con un leve movimiento de cabeza. Al cruzarse conmigo, el loro le dijo a su interlocutora: «Sí, pero me parece mal que te vayas con Pirulo a Ibiza». Dejé que pasara, e inmediatamente di media vuelta y me puse a andar a cinco pasos del loro chapoteador. Se caracteriza este tipo de homínido por la irrelevancia que concede al resto de la humanidad. No le importa ser oído. La conversación aumentaba de tono. «No, no te estoy diciendo que eres una fresca, te estoy diciendo, y a ver si me entiendes de una vez, que estar conmigo y marcharse con Pirulo a Ibiza es algo que me puede molestar». En ese punto del debate, paseábamos tras el loro chapoteador unas treinta personas, que nos empujábamos para no perder la orilla. «Tiene razón», me comentó la señora que paseaba a mi lado. «Mejor no prejuzgar, señora», le respondí. Seguía el loro con su pinganillo. «¿Qué me dirías tú si me fuera mañana a Biarritz con Tamara?». Silencio entre los perseguidores. La mujer de mi lado asintió con preocupación. «Pues sí –prosiguió el loro pinganillero–, sería lo mismo. Pero a ti te parece mal lo de Tamara y encuentras normal lo de Pirulo». En ese momento, una señora entrada en carnes no pudo reprimirse y gritó: «¡Pirulo es un cabrón!». El loro del pinganillo dejó de chapotear, se volvió hacia la señora y le agradeció el comentario. «Una señora que está por aquí ha dicho que Pirulo, sí, óyelo bien, es un cabrito». De nuevo, se dio la vuelta. «Dice mi novia que no se meta usted en donde no debe». Ahí protestamos todos. «Oye, que la gente está indignada contigo, y creo que con razón».

La cosa terminó fatal, y nos fuimos con el loro a tomar una copa a un chiringo. «Llama a Tamara y márchate con ella a Biarritz», le recomendé. Pero el hombre no estaba para bromas. Secó las lágrimas de su pinganillo y se largó.