Historia

Artistas

El telonero de la muerte

La Razón
La RazónLa Razón

Mucha gente me ha preguntado por los motivos que pueda haber tenido para distanciarme del programa de Carlos Herrera en Onda Cero. ¿Desavenencias? ¿Cansancio? ¿Desacuerdo económico? ¿Incompatibilidad de caracteres? ¿Fracaso profesional y retirada consecuente de la radio? Todo eso podría haber ocurrido, incluso podrían haberse dado varias de esas circunstancias al mismo tiempo. Cuesta creer que haya otra explicación fuera de esas alternativas. Y la hay, claro que la hay. Es mi manera de ser lo que produce esta clase de interrupciones en mi vida profesional, unas veces, por el horrible imponderable de una depresión; otras, por un irresistible y pasajero bajón emocional; y siempre, porque soy tan tenaz para el esfuerzo como pueda serlo sin duda para la pereza. Siempre quise tener una amante a mucha distancia de donde vivo. Pondría todo el empeño del mundo en acudir a visitarla. No me importaría renunciar al descanso y al sueño. Pero si eso ocurriera, sé que no duraría. En una de esas visitas le diría: «Te quiero como el primer momento, nena, y sigues siendo cada día la novedad más importante de mi vida… pero no puedo seguir». Entonces ella pediría explicaciones razonables para una decisión francamente inesperada. Y entonces, si fuese sincero, le diría: «Tú me gustas tanto como en mi primer viaje, pero lo nuestro sólo tendría remedio si de vez en cuando vivieses al otro lado de una carretera distinta». Habría hecho con ella lo mismo que con aquel cuadro que me regaló un pintor. Estuve tentado muchas veces de colgarlo en casa, pero tardé tanto en hacerlo, que al final el cuadro me perdió interés y en un acto de sincera indiferencia decidí colgarlo dentro de un cajón. Esta mañana me reencontraré con Carlos Herrera en Compostela y le diré que he recuperado el entusiasmo perdido y que le estoy agradecido por muchas cosas, no sólo porque es a él a quien le debo mi proyección profesional, sino, y sobre todo, porque pudiendo hacerlo, jamás me cortó las alas. Desde que se fijó en mí hace casi once años, he encontrado siempre su comprensión y su aliento. Puede que no haya sabido decírselo, pero probablemente también él sabe que no volvería a su lado si no estuviese seguro de ser el de antes, el de siempre, el tipo soñador e irregular, pero entusiasta, también poco ambicioso, que se habría conformado con sobrevivir haciendo bolos por los cementerios como telonero de la muerte. (A Angus Hernández, porque lo merece).