Barcelona
«El cazador furtivo»
De Weber. Solistas: Lauri Vasar, Rolf Haunstein, Petra-Maria Schnitzer, Ofelia Sala, Albert Dohmen, Christopher Ventris, Matti Salminen y Manel Esteve Madrid. Dir. musical: Michael Boder. Dir. de escena: Peter Konwitschny. Gran Teatro del Liceo. Barcelona, 12-V-2011.
Tras más de dos décadas sin ofrecerse en el coliseo barcelonés, este interesante título de Carl Maria von Weber llegó al Liceo en una producción de la Staatsoper de Hamburgo de 2009. La dirección de escena de Peter Konwitschny es realmente compleja, intelectualizada y especialmente desmitificadora de su transcendencia misteriosa y demoníaca, todo ello gracias a una interacción de épocas y tramas paralelas, cambios de roles y «atrezzo», en donde todo está impregnado de un sentido del humor distante al nuestro. El que pretendiese disfrutar de la excelencia y la magia de esta ópera en la que bebió el propio Richard Wagner hubo de hacerlo de refilón y centrando todos sus sentidos en despejar la música, la trama y la dirección de escena de los numerosos excesos y «genialidades» de este trabajo, que fue bajando enteros a lo largo de sus tres actos. Contó con personajes del siglo XIX y otros actuales, un moderno ascensor rojo en escena y una televisión, además de los esperados cazadores y del palacio del príncipe de Bohemia. Seguramente esta complejidad y falta de consistencia en la escena acabó afectando a todo el reparto, empezando por una dirección musical errática y desequilibrada a cargo de Michael Boder, un coro bien conjuntado, aunque cantó en ocasiones desde el foso cuando su presencia era más necesaria, y unos solistas que se adecuaban perfectamente a sus papeles pero que no llegaron al nivel requerido.
Poco más que correcto
Christopher Ventris sustituyó al previsto Peter Seiffert –que canceló por enfermedad– y ofreció un Max poco más que correcto a pesar de un timbre adecuado a la prestancia del personaje. Petra-Maria Schnitzer interpretó a una Agathe de proyección y línea de canto algo justa que sufrió reiteradamente en el registro agudo. Albert Dohmen fue el más destacado, con una actuación vibrante y adecuada del maligno personaje de Kaspar, a pesar de amplificarse su voz sin sentido alguno. Ofelia Sala hubo de lidiar con una dirección de escena realmente alocada pero con un buen nivel canoro y una cuidada línea de canto a pesar de una voz tendente al engolamiento. El resto del reparto estuvo correcto, especialmente el timbre elegante y profundo de Matti Salminen en el ridículo papel del Eremita –convertido en un espectador en primera fila de la platea–, el de Kuno, a cargo de Rolf Haunstein, y el Kilian de Manel Esteve, y pese a algún problema en el agudo en el caso de Lauri Vasar como el príncipe Ottokar. Un título que era esperado con interés por una parte de los espectadores a los que se les ofreció nuevamente con unos mimbres centroeuropeos no aptos para todos los públicos.
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