Alienígena romanticismo

¿Quién, en realidad, es el extraterrestre en la nueva película de Vigalondo? ¿Aquel que no vemos jamás dentro de un platillo volante aupado sobre el centro madrileño o el pobre tipo que, tras una monumental borrachera, despierta con la cabeza embotada en la cama y la vida de una atractiva joven con pareja? Y es más: me pregunto si, en el fondo, a esta comedia le traen al pairo los marcianos, las invasiones, la masa colectiva que ha desaparecido Dios sabe corriendo para dónde, porque lo que verdaderamente le engancha reside en la historia de amor posiblemente imposible, pero quién dice nada, que va desmadejando durante el metraje. Esta vez sí que nos topamos con un director español inteligente que conoce lo que quiere y cómo conseguirlo: amparado en un sentido del humor a veces absurdo pero casi siempre muy efectivo (hay ecos evidentes de «Muchacha da Nui» y una notable actuación del escueto reparto, el filme no ignora que la escasez de presupuesto podría haberlo lastrado y hundido para siempre; antes al contrario, sabe extraer de esa falta de ceros el plus de una extraña autenticidad para la cinta. Porque, ¿quién no se ha levantado algún domingo de oscuridades con la memoria entre tinieblas y la sensación de que acaba de sentir un inevitable flechazo por alguien que no piensa lo mismo mientras el mundo, el tuyo, aquel tan aburrido, tan feo, al fin se termina?