Castilla y León
«Se echa de menos un mayor interés entre los jóvenes por conocer su idioma »
George Orwell, al que nunca se leerá lo suficiente, abogaba por una escritura que fuera tan transparente como el cristal de una ventana.
En un mundo donde la discontinuidad parece ser una de sus señas de identidad más evidentes, ese deseo quizá sea más necesario que nunca. Si pensamos en el desproporcionado volumen de información que tenemos que tragarnos cada día, ya se trate del último dato de la cada vez más eterna crisis o de la última ocurrencia del enfurruñado Mourinho, nos daremos cuenta de que, al no tener tiempo para poder discriminar entre una noticia u otra, nos cuesta hacernos una ida precisa de lo que está ocurriendo. Nuestra visión de la realidad es precaria, imprecisa. Por esa razón la figura del periodista continúa siendo importante. Es quien hace de mediador. Eso obliga a que sea bueno. Como no hay herramienta sin contenido, el estilo, al final, es consecuencia de lo que se sabe, y viceversa. Tal vez así solo logremos la transparencia de la que hablaba el inglés. O al menos lo intentaremos. Confíen en nosotros:
– Los estudiantes que hoy salen de las facultades tienen una formación técnica muy superior a la que teníamos los de mi edad, pero, a la vez, tienen una formación humanística muy inferior. Me refiero a lo que saben de Literatura, Historia.
– ¿No estaremos generalizando demasiado?
– No quiero generalizar, claro, pero, por ejemplo, el uso del castellano es una de las cosas que no se enseña en las facultades. En mi época, los malos hacían tres faltas de ortografía en un folio. Ahora los buenos hacen diez.
– ¿Es preocupante?
– Sobre todo, porque parece que es un tema que no es de nadie. Creo que no hay ninguna facultad de Periodismo en toda España que incluya una asignatura que tenga que ver con la herramienta básica del oficio: el lenguaje.
– Quizá sea lo normal en una sociedad de pantallas.
– Nuestras generaciones eran, sobre todo, de formación libresca. Y es verdad que las generaciones nuevas ya no lo son. Su formación básica son las pantallas. Hay una diferencia de origen, evidentemente.
– ¿No hay algo de desprecio intergeneracional?
– Todas las generaciones solemos desdeñar un poquito a la siguiente. Y eso no es justo. Pero en los más jóvenes echo de menos mayor interés por conocer su idioma.
El burgalés Arsenio Escolar, director de 20 Minutos, el diario gratuito con mayor difusión de España y el más leído de todos, nos recibe en su despacho, durante una mañana cuyo sol demuestra que la claridad siempre viene del cielo. A lo largo de su larga carrera ha sido, entre otros cargos, subdirector de El País, subdirector de Cinco Días, redactor jefe del diario El Sol o director de Diario 16 de Burgos. En la actualidad, también es presidente de la Asociación Española de Editoriales de Publicaciones Periódicas. Licenciado en Periodismo y en Filología Hispánica, ha publicado recientemente, junto a su hijo, el también periodista Ignacio Escolar, «La nación inventada», un libro sobre los algo inciertos mitos de de la formación de Castilla.
En plena promoción, llega a toda velocidad y se quita la chaqueta también rápidamente, dispuesto a charlar. Mientras habla, su mirada a veces se pierde, como si tratase de atrapar en el aire el adjetivo o el adverbio más adecuados. Al fondo, mientras tanto, se escucha el nervioso rumor de la redacción del periódico:
– Viví en Torresandino hasta los diez años. Todos mis amigos de la infancia son de allí. De hecho, voy a menudo, tanto por parte de mis padres como de mis suegros. Me casé con una chica de Torresandino.
– Así que tu pueblo marca tu vida.
– Es una de mis principales referencias, incluso hoy. Mi mujer y yo éramos casi novios desde pequeños. A los diez años me fui a estudiar a Burgos, al seminario, aunque todos los veranos regresaba a Torresandino.
– ¿Qué tal te fue en el seminario?
– Fue una experiencia estupenda. La preocupación humanística viene de allí. En él hice muchos amigos. Nos solemos ver cada dos años, más carcamales cada día Pero es muy satisfactorio poder ver a la gente con la que te formaste.
– ¿Por qué te dio por este oficio?
– Porque me gustaba escribir, fundamentalmente. Desde pequeño escribía versos y cuentos. Incluso gané premios literarios en el instituto y en el seminario. Es decir, no me interesaba tanto informar como poder escribir.
– También estudiaste filología.
– Los estudios de Periodismo me parecían un poco endebles, en el sentido de que daban la sensación de ser planes alargados de las viejas escuelas de periodismo de tres años. Entonces, consideré oportuno estudiar Filología. Y casi me hago profesor
– ¿Por qué no lo hiciste?
– Estuve un año preparando oposiciones para una cátedra de instituto. Sin embargo, entre tanto, había empezado a trabajar como periodista por libre, colocando lo que se me ocurría y podía. Era bastante frecuente empezar así en el oficio.
– No te fue mal
– Bueno, verás, escribí una historia que me quedó bastante bien. En las elecciones municipales del año 83 me pregunté cuál era el municipio independiente más pequeño de España y resultó que había uno en Burgos que tenía un solo habitante.
– Ya tenías la historia.
– Fue una experiencia muy emocionante. Me encontré con un personaje que vivía solo y me estuvo contando toda su vida. Después nos enteramos de que el nombre que nos había dado era, en realidad, el de otro vecino que ya había muerto.
– Como en una historia de Juan Rulfo.
– Al que citaba en mi texto, sí. El redactor jefe de El País, al que le había vendido el reportaje, me llamó y me dijo que me olvidase de lo de ser profesor y que me daba trabajo al día siguiente. Así es como acabó mi afán por la docencia.
– ¿Echas de menos escribir a pie de calle?
– Creo que lo mejor que he sido en esta profesión es reportero. Luego empezaron a caerme encargos de dirección y ya no pude seguir. Y se echa mucho de menos. El salir una mañana de viaje sabiendo que vas a tener una historia que debes escribir en diez folios
– Aunque no has dejado de escribir.
– Prácticamente siempre. Ahora tengo el blog y a menudo publico en el periódico columnas. Incluso algún reportaje con otra firma. Lo que deberíamos hacer todos los directores es seguir escribiendo, porque, además, si no, el gusto y la mano se estropean.
– Lo que nos lleva a que en este oficio no es necesario tener una carrera, sino que se aprende cada mañana.
– En 20 Minutos he contratado a centenares de periodistas. Y casi nunca le he preguntado a la gente si era licenciada. Hay gente que ha aprendido el oficio en las redacciones, sin tener ningún tipo de título. Y es igual de válida que otra.
– En eso el oficio no ha cambiado.
– Lo mejor para la formación de los periodistas siempre ha sido que éstos tuvieran un baño de cultura general amplio. Ahora llega gente muy especializada en el tema de la comunicación, pero que luego, al chocar con la realidad, no tiene posibilidad de ejercer el oficio.
– Y jamás ha sido más importante la figura del periodista.
– Porque nunca ha habido tanta información y tanta desinformación disponibles. El periodista debe decidir qué es relevante y qué no lo es. El oficio, en fin, también es elegir 30 teletipos entre los 3.000 que llegan cada día.
– No sé si también hemos olvidado la importancia de los hechos.
– Que los medios cada día sean más de opinión y de análisis me parece lícito y correcto. Pero que no lo digan me parece incorrecto. Decían los viejos profesores de las universidades que los hechos son sagrados y las opiniones son libres. Y eso tampoco ha cambiado.
– Quizá, más allá de intenciones opacas, se deba al cambio que vive el periodismo.
– Es que estamos en medio de una revolución tecnológica brutal. Gracias a internet, vivimos un mundo que no tiene nada que ver con el que existía hace 20 años. Ha cambiado todo, desde nuestros hábitos vitales hasta el periodismo. Eso nos lleva a otro modelo.
– Que es el de opinar más, a fin de cuentas.
– Porque el papel que juegan los periódicos impresos, que antes eran la referencia, es muy distinto. Ahora mismo todos los periódicos parecen anacrónicos. Cerramos a las 11 de la noche para salir al día siguiente a las siete de la mañana. Y en esas ocho horas el mundo ha cambiado.
– Nunca fue tan viejo el periódico como el 12 de septiembre de 2001, por ejemplo.
– Mi padre, que no se dedica a esto y que ya tiene 80 años, siempre me decía, al enseñarle el periódico en el que trabajaba: «Este periódico es de ayer, porque todo esto ya lo he oído en la radio». Por eso tendemos a una prensa más de opinión, de análisis. Ya no somos notarios de la realidad.
– Y no podemos negarnos al cambio.
– Darwin sabía que no sobreviven las especies más fuertes o más inteligentes, sino las que se adaptan al cambio. Pues en el periodismo lo mismo. Por eso hay que aprender todos los días. En este sentido, cuando entré en este periódico, me di cuenta que lo que sabía no me iba a servir de mucho.
– Todo esto provoca que los periódicos cada vez tiendan más a decir lo que ya pensamos.
– Se aprecia en los periódicos nacionales de pago, que están hechos para determinado público. Yo ya sabía qué producto tenía que hacer en El País cuando era subdirector. Todo se lee y se interpreta con esos ojos. Pasa lo mismo en otros medios.
– Pero vosotros no tenéis esa, digamos, obligación.
– Y es una de las grandes novedades de los gratuitos. Repartimos cada día ochocientos mil ejemplares en 15 ciudades diferentes. Y nuestros repartidores lo hacen, como decimos nosotros, con la mano izquierda y la derecha.
– ¿Obliga a ser más cauto?
– Al hacer un periódico para todos tienes que tener un exquisito cuidado en ser neutral y contar todos los puntos de vista, porque tu lector no es uniforme, sino que es transversal.
– ¿Y se consigue?
– A mis periodistas les digo: «Tienes derecho a pensar lo que quieras. Y el público tiene derecho a no saberlo. Cuéntale los hechos y, si hay que poner un apoyo de opinión, que sea de un lado y de otro». Digamos que se logra, sí.
– Otro aspecto bastante interesante de los gratuitos es que son los diarios que más leen los inmigrantes.
– Nuestro lector representa al milímetro a la población, por lo que el catorce por ciento representa a los inmigrantes. Recibo cartas de ellos que dicen: «Hemos aprendido castellano gracias a su periódico». Los diarios gratuitos nos hemos convertido en agentes lingüísticos. Eso provoca satisfacción.
– Otro motivo para la satisfacción: ahora has escrito un libro con tu hijo.
– Ha sido una experiencia muy divertida. A Ignacio le llevo tan sólo 18 años, por lo que somos, sobre todo, colegas. Este es un proyecto que surgió a raíz de la relectura de la historia de los griegos que escribiera Montanelli. Así que le dije a mi hijo: «¿Por qué no intentamos hacer algo parecido con la historia de Castilla?».
– Es decir, contar el pasado con técnicas periodísticas.
– Efectivamente, pues no somos historiadores. Cada capítulo de La nación inventada es un reportaje: tiene su entradilla, sus anécdotas o su salida. Y, además, creemos que está muy bien documentado, que no falta a la verdad.
– Tu hijo ha seguido tu ejemplo
– Cuando me dijo que quería ser periodista le solté: «No te voy a ayudar nunca, es más, incluso no te voy a contratar nunca». Y hemos cumplido el trato.
– ¿Periodistas como Montanelli ya son impensables?
– Apenas existen. En mi época era normal que afrontaras lo que te echaran, daba igual qué. Hay un amigo mío que dice que lo mismo planchábamos un huevo que freíamos una camisa...
– El aprendizaje del machaca
– A mí me ha tocado hacer de todo. El mismo día he publicado en internacional, economía y cultura. Es una pena que eso ya no se haga en los periódicos. Como hablábamos antes, ahora se encasilla a los periodistas en una función...
– ¿Castilla y León también está encasillada?
– Hay proyectos en ella que son muy interesantes, con un impulso notable. Pero también hay quien ha permanecido quieto, esperando que nada cambie. Con todo, confío en los primeros. Son los que quedarán.
– ¿Volverás?
– Quién sabe. Mi pueblo es Torresandino. Lo será siempre. Me encanta tomarme mis vinos con mis amigos de la infancia cada vez que voy. Y mi segunda ciudad es Burgos. Esa vinculación con la tierra nunca la he abandonado. Ahora ya tengo un libro sobre Castilla, que es lo propio, ¿no?de cerca.
George Orwell también escribió seis reglas básicas para el periodismo. Son las que usa The Economist. Entre ellas está la de suprimir una palabra siempre que se pueda. La transparencia, de nuevo. Escolar, de conversación expansiva y entusiasta, sigue embargado por un oficio que se halla en transformación y que tiene un futuro tan incierto como siempre lo son todos. Ya en la redacción, mientras sacamos unas cuantas fotos, la realidad sigue en marcha. Cada uno de los redactores trata de dejar su ventana lo más limpia posible, para que así los lectores veamos mejor, más claro. En el exterior, el sol del otoño sigue brillando, como un deseo involuntario.
De cerca
Un libro. La Celestina.
Una música. Clásica.
Una película. El Espíritu de la Colmena.
Un periodista. Manuel Chaves Nogales.
Una virtud. El esfuerzo.
Un defecto. La irascibilidad.
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