Córdoba

Ruth Ortiz: «Bretón no se saldrá con la suya»

Me has robado lo más preciado de mi vida pero no me has robado las ganas de vivir». Con suma entereza, Ruth Ortiz (Huelva, 39 años), la madre de los niños posiblemente asesinados por su padre en Córdoba hace justo un año, lanza un órdago a la vida, que la golpeó con la peor de las tragedias (la pérdida de sus hijos), y a su todavía marido, José Bretón (Córdoba, 40 años), imputado por el asesinato de los pequeños, Ruth y José, de seis y dos años, y en espera de la celebración del juicio

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 Esta frase contundente se la disparó al acusado en una carta enviada a la cárcel, la lanzó micrófono en mano en la última concentración celebrada en Huelva hace apenas un mes y autorizó a LA RAZÓN el pasado jueves, a través de sus portavoces (ella prefiere no comparecer) para que su postura quedara clara: No se rinde. No acabará con ella. «El monstruo de Las Quemadas», como llamó a su ex en alguna ocasión en referencia al lugar donde supuestamente incineró los cuerpos de los menores, «no se saldrá con la suya». Bretón le quitó lo que más quería para acabar con ella, pero Ruth luchará.

El ocho de octubre de hace un año fue el peor día de su vida. Le llamaron para decir que sus hijos se habían perdido en un parque de Córdoba. Ese mismo día Bretón le había telefoneado varias veces pero ella no respondió. Había decidido separarse y él no acababa de entenderlo. De hecho, el imputado llamó a su mujer ya desde la finca de Las Quemadillas, justo después de cerrar la cancela y momento antes de encender la fogata en la que supuestamente se deshizo de los menores.

«Desde el primer momento, Ruth pensó que no volvería a verlos», apunta Antonio Santiago, portavoz de la Plataforma Justicia. «Lleva de luto desde el día 8 de octubre. Estaba totalmente hundida y abatida. No podía ni articular palabra. Siempre pensó que sus hijos habían muerto.
Sentía que los había perdido para siempre, aunque intentaba aferrarse a una mínima posibilidad de encontrarlos», añade.

El portavoz ha colaborado desde el minuto uno en todo lo concerniente al caso: en la pega de carteles, la organización de manifestaciones, la proyección en prensa y redes sociales. Junto con Esther Chaves, amiga de Ruth y apoyo incondicional, y después su primo Juan David, que aseguró que Bretón le había confesado el crimen, han sido la voz de la madre.

Chaves pasó a segunda línea este verano para dejar que la progenitora encabezará la entonces búsqueda. En julio, Chaves escribió: «Ahora es el momento de que sea su madre, que está fuerte y es una luchadora, la que esté al frente de la búsqueda de sus hijos. Los demás estamos un paso por detrás pero siempre a su lado».

La semana pasada, Ruth y su familia se hospedaron en casa de Santiago, en Córdoba, de miércoles hasta el domingo, día de la celebración de la misa en la Catedral, donde Ruth reapareció con una serenidad, una emoción contenida, que dejó a los asistentes estupefactos.

En esos días, Santiago pudo conversar con la madre de los menores («aunque no le gusta hablar de ella», reconoce el portavoz) y Ruth le trasladó las ganas que siente de recuperar la energía que se fue con tanto dolor, de reivindicar, con la ayuda de sus familiares y amigos, el derecho a que se haga justicia con el posible asesino de sus hijos y todo aquel que haya podido ayudar a ocultarlo.

«Ruth tiene mucha fuerza interior, está en fase ascendente, nunca olvidará –ni por un segundo– a sus hijos, pero no se quedará en su casa hundida. Volverá a vivir», explicaba el portavoz a LA RAZÓN. Otros familiares, amigos, conocidos y colaboradores con las plataformas de la búsqueda, ya innecesaria, de los niños Ruth y José, coinciden en que la madre de los pequeños, introvertida, de pocas palabras, está haciendo un «esfuerzo sobrehumano» para aceptar la cruel sensación de vacío que le ha dejado la muerte de los pequeños. Hay quien añade que «José no se saldrá con la suya, no acabará con ella».

Los psicólogos y una de las tías de Ruth, Rafaela Ramos, son los apoyos más importantes en estos momentos. La madre de Ruth, Obdulia, también ayuda pero le resulta difícil porque, como apuntan los más cercanos, «apenas soporta su propio dolor». Su relación con la pequeña Ruth «era muy especial», comenta otro familiar. «Se veían cada día... la niña era muy lista, simpática... la abuela vivía por y para la niña. Y ahora no para de llorar, no hay consuelo para ella», añaden.

Ruth es la mayor de tres hermanos. Pertenece a una familia de la clase media onubense. Tuvo una infancia feliz y tranquila. Estudió Veterinaria en Córdoba. Allí, en un pub céntrico, tomaba algo con unos amigos y se le cruzó José Bretón. Eran finales de los 90. Él había tenido una infancia un poco más conflictiva en La Viñuela, un barrio popular del centro de Córdoba .

Estudió en un colegio religioso y sus compañeros, muchos de los cuales continúan en la misma zona, le califican como una persona reservada, un tanto rara y, sobre todo, al que «no le gustaba perder ni al parchís». Pese a su coeficiente superior al normal (121 de I.Q.), no consiguió aprobar Derecho. Después se alistó en el Ejército y se marchó a Bosnia. Su carácter frío y un tanto maniático, se agravó allí. A la vuelta a su ciudad natal, encontró empleo como conductor de autobuses. Aquella noche fue al pub y conoció a Ruth. Se enamoraron. En 2002 se daban el sí quiero en La Rábida (Huelva). La foto de la celebración muestra a una pareja joven, tranquila, ilusionada. Ella lleva una toquilla de corte andaluz.

«Algo gordo te va a pasar»

Pero poco después empezaron los problemas. Bretón quería una mujer sumisa. «Y cuando ella se reveló, no lo soportó», juzgan los familiares de Ruth. A finales de 2010, ya cuando los niños habían cumplido seis y dos años, las manías hasta entonces inofensivas de Bretón empezaron a aflorar con más frecuencia. Ella trabajaba en la administración pública; él estaba en paro. Ella pasaba tiempo fuera; él en casa. Bretón no lo llevaba muy bien.

La insultó públicamente en varias ocasiones, no soportaba el ruido de la gente al masticar y se ponía tapones; también usaba guantes para tocar los alimentos... Todo aquello no hacía presagiar una frialdad capaz de hacer daño a sus hijos («algo gordo te va a pasar», cuentan que amenazó a su mujer). Nadie pudo concebir, sin embargo, una crueldad semejante.