Conciliación

Ideología caiga quien caiga

La Razón
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La semana pasada LA RAZÓN publicaba un interesante estudio sobre los efectos de la Ley Antitabaco. Unida a la subida de los impuestos, esa ley producirá una caída del 0,7% del PIB, destruirá 56.816 empleos directos tan sólo en la hostelería, 138.212 empleos directos e indirectos más y un aumento del IPC en más de dos décimas. El tiempo dirá si esos augurios son ciertos pero, de serlo, ¿por qué se ha aprobado?

Una semana antes participé en el I Congreso Internacional de Ideología de Género con una ponencia sobre tal ideología en nuestras leyes; moderaba María Elósegui, catedrática de Filosofía del Derecho. Coincidimos en unas cosas y discrepamos en otras, por ejemplo, al sostener ella que la Ley de Igualdad es positiva y necesaria, que yo exageraba al verla imbuida de tal ideología. No cuestiono que, en efecto, esa ley sea en sí positiva, que ayudará a que se vaya metabolizando que la mujer no puede ser discriminada en su trabajo por ser madre. Pero, insistí, ese no es el problema.

Y un par de meses antes Benedicto XVI recordaba el declive del Imperio Romano, cómo su convivencia pacífica se fue rompiendo a medida que se disolvía el Derecho que lo sustentaba y las actitudes morales que daban fuerza a ese ordenamiento; exponía cómo ahora el consenso moral, con el que venían funcionando las estructuras jurídicas y políticas, también se está disolviendo.

Alguno se preguntará que a dónde voy mezclando al Papa con la Ley Antitabaco y la ideología de género. Pregunta lógica. Comienzo con el Papa porque el problema no es que haya cada vez más normas en las que cuesta ver el Derecho al asemejarse a unas instrucciones para el manejo de un artilugio digital; no, el problema es que la fuerza inspiradora de nuestras normas va abandonando las categorías morales para dar paso a la ideología. El caso de la ideología de género es paradigmático. La ley sobre la igualdad, la del aborto, la de la violencia de género, la de los matrimonios homosexuales o la de rectificación de los asientos del Registro Civil para introducir el sexo opcional, etc. no dan soluciones a problemas objetivos, sino que buscan hacer presente una ideología que causa daño, nada resuelve y crea nuevos problemas.

¿Hay discriminación o violencia sobre la mujer? Sí, pero nada se arregla si más que la igualdad o la defensa de la maternidad, lo que se busca es crear las condiciones para que la mujer, haga lo que haga, lo haga con entera libertad. Si quiere ser madre, el Estado remueve los obstáculos laborales para que pueda serlo –bien– pero ese mismo Estado le da todas las facilidades si opta por acabar con la vida del hijo que espera. Una ley positiva –la igualdad– queda anulada en un conjunto puramente ideologizado.

Si sufre violencia, el Estado la protege. Bien. Pero más que defenderla lo buscado es imponer la interpretación que el feminismo radical hace de las relaciones hombre-mujer, aunque se genere odio y afán de venganza donde quizás hubiese celos o arrebatos o que sea a costa de ignorar otras agresiones: a menores, ancianos, padres o los propios hombres. Y si el lobby gay exige equiparar las uniones homosexuales a la familia natural, se les facilita la adopción a costa del adoptado y de las parejas heterosexuales que ven cómo se les cierran las puertas de la adopción internacional.

Tampoco importa que el prejuicio laicista pueda dañar a la labor social de la Iglesia o lleve al cierre de colegios que inculcan valores morales imprescindibles en la sociedad, lo relevante es el objetivo ideológico, cause el daño que cause. Ahora está dando sus primeros pasos la ley de igualdad de trato, no confundir con la de igualdad hombre-mujer. No busca la igualdad sino el igualitarismo hasta en las relaciones privadas. Quien no alquile su casa a determinadas personas, tenga un colegio de niños o niñas, o en su negocio a dos camareros –o dos camareras– podrá ser denunciado y deberá dar cuenta a los comisarios de igualdad. No se trata de resolver problemas objetivos de discriminación, sino de cortar la convivencia con el patrón de una ideología igualitaria, incapaz de entender la libertad.

Vuelvo al tabaco. Se extiende la idea de que cierto pensamiento progresista, perdidas sus referencias ideológicas, más que la salud, busca en el prohibicionismo su realización, un pretexto para mantener encendida la llama de su influencia social. Lo anecdótico son los fumadores tiritando de frío en las terrazas de los bares o la proliferación de setas calefactoras. Pero podemos ir más lejos, como hace este periódico, y captar que ese pensamiento da por buenos otros costes, generar otros problemas. Ahí está el impacto económico y laboral de esa ley o, peor aún, ahí está ese delator que denuncia al musical «Hair» porque los actores fuman en el escenario. Cuando esa mentalidad se instala, la salud, la mujer o la igualdad no son más que pretextos para funcionar a golpe de ideología, que no soluciona problemas objetivos, reales, todo lo complica y genera nuevos conflictos.