Londres
Un cuento de esperanza por Lucas Haurie
Lo tienen muy sencillo quienes piensan que las prótesis de titanio le conceden a Oscar Pistorius una ventaja ilegítima sobre sus competidores: no tienen más que cortarse las dos piernas, implantarse los artilugios y echarle una carrerita a Luquelín Santos, el prodigioso velocista dominicano al que este doble amputado plantó cara durante 350 metros. Si los Juegos Olímpicos conservan algún significado más allá del «show» televisivo y de los millones de dólares que se mueven a su alrededor, es para brindarnos historias de superación como la del surafricano, que no va a ganar ninguna medalla pero que con su acceso a las semifinales inspiró a cuantos sufren una desgracia parecida a la suya. No falta quien compara las extremidades artificiales de Pistorius con el uso de sustancias dopantes. De individuos con la sensibilidad de un hipopótamo está el mundo lleno; y el periodismo, repleto. Es un escándalo que este atleta ejemplar haya tenido que librar una cruenta (y carísima) batalla legal para participar en los Juegos cuando, entre los 10.500 deportistas presentes en Londres, es quien mejor encarna la cualidad que cierra la trinidad olímpica: «Fortius». ¿Qué mayor demostración de fuerza mental cabe que siquiera albergar el sueño de medirse a los mejores del mundo sin piernas? Su carrera de ayer, su trayectoria hasta disputarla, es un cuento de esperanza que no se habría atrevido a escribir el más almibarado de los guionistas. La alta competición nos permite admirar a seres humanos excepcionales, a señores como Oscar Pistorius, capaces de traspasar fronteras que los demás ni siquiera vislumbramos. Me quito el cráneo.
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