París
La República de los escándalos
Salen a la luz los «affaires» y abusos sexuales de la clase política francesa masculina. Antes se silenciaban
Si como las desgracias los escándalos nunca vienen solos, la ley de Murphy se estaría cumpliendo en Francia. No porque de repente su número y frecuencia se hayan multiplicado, sino porque al calor de las cuitas sexuales y judiciales del socialista Strauss-Kahn, más de uno se ha decidido a tirar de la manta y dejar de proteger, con su mutismo, ciertas actitudes poco honorables de los más altos responsables de la República gala. Porque ya se sabe que lo que se oculta bajo la alfombra y no sale en televisión no existe. De ahí que la sucesión de turbios casos revelados en las últimas semanas haya abierto el debate sobre el silencio de los medios. «Todos lo sabían, pero nadie se atrevía a hablar». Como una cantinela, esta frase ha sido una de las más repetidas.
Letanía aplicable al «affaire DSK», pero también a la dimisión del secretario de Estado para la Función Pública, el conservador Georges Tron, acusado por tres de sus ex colaboradoras de acoso y abusos. El político practicaba su afición por la reflexología con sus subordinadas dentro y fuera del trabajo. Masajes que podían degenerar en tocamientos sexuales no consentidos. El miedo y la impotencia hacia el superior explicarían el silencio de las presuntas víctimas. «Al ver a una empleada de la limpieza capaz de atacar a Strauss-Kahn, yo no tengo derecho a callar. Hay que romper esta ‘‘Omertà'' (ley del silencio)», decía una denunciante en «Le Parisien».
Orgía en Marruecos
Otra réplica, la más reciente, de la onda expansiva que ha provocado el seísmo DSK desempolvaba un viejo rumor sobre un antiguo ministro socialista sorprendido en una orgía con menores en Marruecos, detenido y sacado del país por los servicios diplomáticos. El responsable de resucitar este «vox populi» que nadie denunciaba es otro ex ministro, el conservador Luc Ferry. Titular de Educación entre 2002 y 2004 con Chirac y uno de los filósofos más sobresalientes, se ha granjeado críticas por lanzar la piedra, hacerse eco de un presunto delito sexual, del que asegura tener la certeza de su veracidad, y no denunciarlo.
No hizo falta dar el nombre porque el supuesto incriminado, Jack Lang, ministro de Cultura y Educación con Mitterrand, se delataba al darse por aludido y amenazar con acudir a los tribunales por difamación. La Fiscalía ha abierto una investigación preliminar y asociaciones marroquíes defensoras de los menores han denunciado.
Una sociedad permisiva
Pero esa pretendida complacencia y silencio mediáticos, que evidenciaría una cierta colusión entre periodistas y políticos, se extiende también a una sociedad que continúa «reverenciando como en el pasado a los servidores del Estado», explica Didier Salavert, cofundador de la Fundación Concordia y vicepresidente de Alternativa Liberal. «El caso Strauss-Kahn refleja la imagen de una Francia que todavía no se ha liberado de sus arcaísmos monárquicos», dice, mientras denuncia el espíritu de castas y el corporativismo en la clase política.
El mutismo de una opinión pública siempre dispuesta a patear el asfalto para reivindicar sus derechos es la prueba de indulgencia o tolerancia hacia sus gobernantes cuando de moralidad se trata. Las relaciones adúlteras, que en otros países como los anglosajones se han cobrado el futuro político de más de uno, en Francia forman parte del paisaje. La fama de «casanovas» de los tres últimos presidentes de la V República, predecesores de Sarkozy: Valéry Giscard d'Estaing, François Mitterrand y Jacques Chirac, es de dominio público. De hecho, Bernadette Chirac nunca ha ocultado las infidelidades de su marido. Mientras que el mandatario socialista mantuvo durante años, en un pactado secreto con los medios, su doble vida y su doble familia: una hija, Mazarine, fruto de su relación con Anne Pingeot, mantenida y alojada a cargo del erario público.
«Cabe incluso preguntarse si un país como éste, patria de Rabelais y del libertinaje, no se mira con un cierto orgullo y hasta con envidia las hazañas de los políticos seductores. A condición, claro, de que esas aventuras no caigan en lo sucio y sórdido», analiza el historiador Christian Delporte en su «Historia de la seducción política». Una ambigua y contradictoria relación de desconfianza y admiración entre gobernados y gobernantes que hace que en Francia «se piense que un hombre poderoso debe gozar de privilegios», asegura la periodista Sophie Coignard, coautora de «La Omerta francesa» (1999), convencida del «doble rasero» existente y de los numerosos «affaires» asfixiados y silenciados por las autoridades.
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