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Pobre Demi

La Razón
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No me pregunten por qué, pero después de estas Navidades de lo que me tengo que quitar es de la morcilla. Quizá sea porque el mundo se acaba pronto o porque de lo bueno no se puede prescindir, o porque Albacete tiene sus reglas y sus obligaciones, así que el cerdo y sus cerdadas ha sido el trending topic en mi alimentación durante veinte días, veinte, y me he puesto púa y por consiguiente lozana y con el colesterol contento. Ya saben que las mujeres tenemos una edad en la que se nos dice que debemos elegir entre la cara o el ecuador, y yo he escogido estar mal de todo. Mientras me como una pera leo que la pobre Demi Moore aparece como una espada de flaca y tratando de superar su separación de ese bobo llamado Ashton, especialista en nada, tonto de libro y virtuoso de la escatología. Ashton, el imbécil, ya no tiene edad para hacer esas cosas, aunque intuyo que estar casado con una mujer mayor le habilita para ser eternamente joven y perpetrar gilipolleces inadmisibles para otros señores con sus mismos años, pero es lo que tiene casarse con una mujer mayor que quiere ser más joven. A la pobre Demi, lejos de admirarla, hay que tenerle mucha pena: se ha pasado más de un lustro delgada, operándose, haciéndose fotos para el Twitter (en las que se incluía una sin una funda dental) para tratar de parecer juvenil. Ahora asegura que trabaja para aceptarse y que teme que nadie la quiera jamás. Esto último es lo más preocupante. A ver si tomamos nota las tías, que a veces no aprendemos. Que no nos quiten lo bailao, nenas.