Historia

Cantabria

Nacionalismo del estómago por Martín Prieto

La Razón
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Como preparación de «la noche de los cristales rotos» las SA nazis empapelaron las vidrieras de los comercios judíos con carteles incitando al consumo de productos alemanes. El éxito de la propaganda del doctor Goebbels radicaba en su subnormalidad ajena a toda razón lógica, porque tan alemanes eran las telas judías, las patatas o las máquinas de coser «Singer», pero de alguna manera había que cimentar el pogrom que se avecinaba. Bildu, esa franquicia etarra legalizada por debajo de las togas, tendrá un ministerio de «Soberanía alimentaria» si llega al poder en Ajuria Enea. Está bien porque la comida es una religión en el País Vasco. Le reprocharon a Arzallus casarse con mujer poco agraciada y adujo que la belleza se marchita pero una buena cocinera es para toda la vida. La autarquía también es ofensiva y deberían registrar la marca del bacalao al pil-pil para que no lo elaboren con el abadejo gallego o islandés. La soberanía gastronómica debiera ocuparse de inmediato de esa infamia de que el chacolí vasco sea de menor calidad y mayor precio que el criado en La Rioja y Navarra. Sólo faltaría que se potease en San Sebastián con vino del Condado de Treviño, uno de los tres gibraltares abertzales junto a Iparralde y las Encartaciones de Cantabria. Tal como las leyes raciales de Núremberg llegarán las de Guernica, porque lo que empieza por el estómago termina en sicalipsis, y se prohibirán las bodas entre vascos con RH negativo y maquetos para preservar la soberanía de la sangre, más importante que la de los jugos gástricos. Si prosperase esta memez de principios del XIX, ¿seguiría Eroski vendiéndonos a los castellanos sus productos? Ya dicen las mujeres que al hombre se le conquista por el estómago.