San Sebastián
Basagoiti
En mi buhardilla de trabajo cae el agua a chuzos, aventada y en tirabuzones. Día muy del norte. Antonio Gala, el gran escritor cordobés al que deseo fuerza y serenidad para triunfar en su enésima batalla, escribió un artículo bellísimo con La Montaña de protagonista cuando publicaba en el «Sábado Gráfico» de Eugenio Suárez. «Castilla arriba», se titulaba, y era una ensalada de sensibilidad, humor y melancolía. « Cuando estoy en los valles de Santander –tan muelles, tan jugosos, tan impecablemente verdes–, me asaltan dos temores: que si respiro fuerte me tragaré una vaca, y que si me siento en algún sitio un cuarto de hora más de la cuenta, me crecerá la yerba a mí también». Hoy, mientras escribo, de estar en un prado, no me crecería la yerba, sino un nogal con nueces y todo. Tan cerca y tan lejos de nuestra tierra vasca. Iguales praderías, iguales bosques, iguales ríos cantores, iguales rocas, iguales olas y tan desiguales ánimos, valores y principios. Basagoiti es un árbol vasco, roble enraizado. Lo conozco poco, apenas de un par de oportunidades. No se puede decir de él que es la alegría de la huerta, pero sí la entereza de un territorio amenazado. En Vitoria, en los inicios de las fiestas en honor de la Virgen Blanca, el bilduetarra Izaguirre, alcalde de San Sebastián, le saludó con la sonrisa pintada en la boca. Basagoiti le negó el saludo de cortesía: «No te saludaré hasta que tus jefes entreguen las armas». Más claridad y contundencia, imposibles.
Los de «Bildu» dedican homenajes a los terroristas, miman a sus familiares y reciben a condenados por la justicia. Ellos están con los que han asesinado, con los que matan. Y Basagoiti representa a centenares de miles de vascos que viven amenazados, han sido heridos, torturados o extorsionados y han conocido, en la cercanía de la familia o de los amigos, la tragedia de una muerte. Él está con los que mueren, y no con los que matan, como culminaba en un bellísimo soneto Laura Campmany. El saludo cordial entre el que está con los que matan y el que está con los que mueren es formalidad imposible. La sociedad vasca no se ha rendido, pero los primeros brotes de la resignación y el miedo del pasado empiezan a aparecer en árboles antaño resistentes. Me encontré con un viejo amigo de mi infancia y juventud donostiarra. No es como Basagoiti. Posee una preciosa y antigua casa en una localidad de Vizcaya. Me contaba, con una inocencia y sencillez aterradoras, que acudió al Ayuntamiento de ese lugar a visitar al alcalde para darle la enhorabuena por su elección. Un alcalde de Bildu. «Su abuelo y su padre trabajaron en casa», me dijo a modo de justificación no solicitada. Y siguió con la narración, que me desmoralizó. «Estaba con el alcalde una concejala que fue de Batasuna, y ahora de Bildu, que también había trabajado en casa, y nos soltamos indirectas, que si aquí está el pudiente, que si yo me he tomado muchos potes con vosotros»... Me lo contaba con la mejor voluntad, pero su narración me hizo daño. Una parte del llamado «problema vasco» –problema que se termina cuando la ETA pida perdón, entregue las armas y acepte que la sociedad no va a amnistiar a sus terroristas–, una pequeña parte, insisto, nace de las actitudes medrosas de muchos vascos que no saben ser como Basagoiti, ni reaccionar como Basagoiti, ni hablar con la claridad de Basagoiti. Porque una persona normal y decente –y mi viejo amigo lo ha sido siempre– no visita a su alcalde de Bildu por mucho que sus antepasados hayan trabajado en su solar y su casa. Y si lo ha hecho, hay que recomendarle que no lo cuente como un hecho regocijante y normal, porque ni es divertido ni es ejemplar. Con los de Bildu no hay otra salida que la de Basagoiti, y mientras queden cien vascos como él, habrá esperanza.
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