Grupos

El paciente inglés

La Razón
La RazónLa Razón

El otro día, y gracias a Planeta, pude estar con uno de mis ídolos. Que conste que, para estas ocasiones en las que me toca ver a los ídolos, me peino al agua como si me hubiera pasado una vaca la lengua por la cabeza, así que iba servidora hecha un pimpollo y oliendo a Nenuco. Por cierto, no viene a cuento, pero agradezco la Nenuco en spray. Ya era hora, santo Dios. ¿Tanto trabajo costaba darse cuenta de esta necesidad universal, einnnn? A lo que vamos, nenes, que luego me pierdo en medianías. El ídolo en cuestión es Tim Harford, que pasó por España para darnos envidia de todo lo que sabe de economía, para ponernos los dientes largos a los de Albacete con su clase y sus maneras británicas, y para presentar su último libro, que se llama «Adáptate» y del que espera vender casi lo mismo que aquel que hiciera historia.
En «El economista camuflado», Harford ya había iniciado un camino bien interesante y que consistía en hacerse preguntas sobre actos cotidianos que todos protagonizamos a fin de llegar a conclusiones excelentes y beneficiosas en nuestra economía familiar. Harford ha escrito sobre el seguro médico, la taza de café con vainilla que nos ofrecen esos establecimientos americanos situados en las mejores esquinas y donde los españoles nos hacemos llamar por megafonía «Carod-Rovira» o «Ben Laden» (y encima nos lo ponen en el vaso a rotulador), la globalización de la patata frita, o el papel de las empresas en los tiempos de escasez. El portento (un miope con lentillas, sumamente educado y extraordinariamente listo y fino, sin querer parecerlo) asegura que este país no está para que lo rescaten. Lo dice convencido, porque explica que no todos los problemas de los países con problemas tienen el mismo origen, y asegura (mientras presenta su nuevo tratado) que consiste en convencer a los políticos que lo lean de que es mejor admitir un error a tiempo que negarse a su evidencia. No se si les suena un político que no admitió algo a tiempo, pero eso es otro cantar. Lo dice mientras añade que el FMI y el BCE no hacen bien cuando nos suben a todos en el mismo carro. Lo dice mientras me adivina que Merkel no romperá la baraja o me asegura que Obama ya sabía cuál era el límite en los niveles de ilusión que despertó.
El primer economista del mundo que ha tenido un consultorio sentimental en el «Financial Times» me contó, además, la carta que recuerda como una de sus favoritas. La de un inglés que no hacía el amor con su novia si no era con dos copas de vino. «Dado el bajo índice de sexo del que disfrutan los ingleses me pareció que, sólo dos copas, era una buena inversión. Sumé dos más dos. Eso es todo». Darcy y Bridget Jones. Cara a cara.