Libros

Argentina

Para qué

La Razón
La RazónLa Razón

«¿Para qué?» es uno de los libros más sinceros e interesantes de la Guerra Civil. Su autor, un heroico protagonista, Juan Antonio Ansaldo, aviador, independiente, monárquico y antifranquista. Pilotaba el avión que se estrelló contra un murete de piedra en Portugal y en cuyo accidente falleció el general Sanjurjo. Se lo advirtió. «Con el equipaje que trae este avión no despega». Ansaldo, con su Laureada Individual y su Medalla Militar, se convirtió en un incómodo crítico del Régimen. No había luchado para que Franco gobernara. Y escribió su formidable «¿Para qué?», con el subtítulo «De Alfonso XIII a Juan III» editado en Argentina, como es de suponer.


Esta pregunta angustiada de Ansaldo, «¿Para qué?» viene como anillo al dedo después de leer las declaraciones de la ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, concernientes a la guerra en Libia. La ministra ha sido sincera, y hay que agradecérselo. Después del agradecimiento es obligatorio decirle que nos ha dejado en blanco y no entendemos nada. Nos hemos quedado como el gran pianista Joaquín Achúcarro, protagonista de una errata aparecida en ABC, inmersa en una crónica de quien fuera su prestigioso crítico musical, Antonio Fernández-Cid. Escribió don Antonio: «Al terminar el concierto estuve personalmente en su camerino, y como no estaba solo, apoyé el brazo en su hombro y le susurré: "Swartid fnefne amchup"». Pues eso. Que me siento como hubo de sentirse el maestro Achúcarro al oír las palabras de Fernández-Cid.

En «Onda Cero», doña Trinidad manifestó que «no hay manera posible de poder evitar que Gadafi siga en el poder». Posteriormente lo reconoció a la inversa: «Es imposible expulsar a Gadafi de Libia». Y vuelvo a Juan Antonio Ansaldo. Entonces, ¿para qué? ¿Para qué esta guerra, para qué este gasto, para qué poner en riesgo a nuestros militares y para qué tanto lío si Gadafi no va a ser derrotado?

Se lee: «La aviación aliada inutiliza el ochenta por ciento de los aviones de Gadafi». Pues comprará otros. Cada día que pasa, este capricho de Sarkozy sorprendentemente apoyado por Zapatero se está convirtiendo en un sangriento juego del absurdo. Lo primero y fundamental.

Sabemos quién es Gadafi y a qué se ha dedicado durante sus cuarenta años de tiranía. Al terrorismo, a vender petróleo a Occidente y a comprar armas a los países que ahora le atacan. Y a matar, claro, como todos los tiranos. Pero no sabemos quiénes son los llamados «rebeldes» a los que hemos ido a defender a ciegas. Además, que las guerras, por modernas que sean, no se ganan desde el aire. La Aviación y los misiles ayudan, pero no ocupan ni avanzan ni vencen.

Para lo último es fundamental la fiel Infantería, y parece que se lo han prohibido. De ahí que tenga sobrada razón la señora ministra en lamentar la imposibilidad de derrocar a Gadafi. Oída la señora ministra, Zapatero, que sabe retirar a los militares españoles de misiones de paz –Irak–, tendría que ordenar el inmediato retorno de las fuerzas que ha enviado a Libia a combatir en una guerra que de antemano, se da por perdida. Porque si Gadafi no va a ser derrocado, ¿para qué se lucha contra Gadafi?

Una guerra en la que nadie quiere mandar es una guerra rarísima. Una guerra montada para acabar con un dictador de imposible derrocamiento es una guerra rarísima. Una guerra en la que los aliados no saben a quiénes ayudan y cuáles son sus objetivos y proyectos es una guerra rarísima. Me muevo entre el estupor de Achúcarro y la pregunta de Ansaldo. ¿Para qué?