Elecciones Generales 2016
Sucesión o secesión
Zapatero cada vez se asemeja más al profeso que, habiendo perdido su autoridad, y por lo tanto, el respeto de la clase, es recibido con una lluvia de tizas cada vez que pide silencio. Basta que reclame moderación en el debate sucesorio para que todos se lancen a degüello sobre el tema, especialmente los suyos, que se esmeran en bailarle el agua a Rubalcaba aunque sigue costando imaginarse al vicepresidente hundiéndose voluntariamente y en posición de firme en la proa del barco.
El espectáculo de barones y baronets socialistas rifándose el cadáver de la gallina está alcanzando tales cotas de desmadre que hasta Botín, el hombre de la corbata roja, le ha pedido al presidente que aplace su decisión hasta que la situación económica sea favorable, no sabemos si para España en general o para sus intereses en particular. Zapatero, mientras tanto, fiel a su máxima de crear problemas donde no los hay para buscarles después la peor solución posible, sigue intentando vendernos esa imagen que tan mal le calza de líder dispuesto a inmolarse por el bien común pidiendo a los empresarios que faciliten la negociación de los convenios colectivos como si fueran ellos y no los sindicatos los que se dedican a poner piedras en el camino del consenso.
La algarabía de su hipotética sucesión –no hay que olvidar que aún no ha dicho que no pretenda sucederse a sí mismo– que él y nadie más que él puso en marcha y que, como casi todo, se le ha escapado de las manos, protagoniza ahora una precampaña electoral en la que cada candidato socialista va por libre, prometiendo unos lo que otros rechazan, y en la que el lema, por mucho que le duela a José Blanco no es otro que «Sálvese quien pueda». En ello están.
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