San Marcos
Debates con trampa
«Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es»,(Mr 9.38?40). Este pasaje bíblico del Evangelio de San Marcos nos representa y nos recuerda lo que es el sectarismo y su contrario, la tolerancia. Los sectarios sostienen y fundamentan su rechazo hacia otros únicamente alegando que no pertenecen a su grupo; no se plantean lo que defienden o por qué lo defienden. Sólo aceptan aquello que es suyo y a los suyos. La presencia de sectarios en la escenografía pública resta eficacia al debate público y empobrece la democracia; no se buscan soluciones, se persigue la imposición de un pensamiento, de una solución, para así obtener rentabilidad. Este tipo de individuos resta importancia a la sociedad, porque no confían en su conjunto. No permiten que sea la sociedad el elemento activo del cambio, sino que la intentan someter y hacer depender de la voluntad del grupo sectario, auténtico artífice de todos los cambios y de todas las soluciones. Acaban creyendo muy poco en la libertad y sobre todo en el respeto a la tolerancia que a veces predican. Tomar decisiones es la esencia del arte de gobernar y es siempre difícil, pero cuanto más lejos se esté del ejercicio del sectarismo, más fácil será gobernar para todos. El Estado como ente limita la libertad para conseguir el bien común, si bien esto no puede traspasar lo razonable, puesto que, como decía Thomas Molnar, «cuando el Estado monopoliza la libertad para confiscar la de los individuos, el resultado es intolerable». Maquiavelo nos adelantó que el príncipe debe optar por ser querido, utilizando la moderación y la humanidad. Por eso, el ejercicio del poder, en cualquier ámbito, debe estar alejado del odio, del perjuicio y sobre todo de la confrontación, aunque se cuente con más huestes, porque a veces te abandonan. En nuestro país los debates se polarizan en exceso; pronto las posibles soluciones se las tilda de izquierdas o de derechas, de progresistas o de conservadoras y ello limita tanto la riqueza del debate, que se acaba ahogando. En ocasiones, algunas de la soluciones ya polarizadas son las correctas, pero nacen con un pecado original: están etiquetadas y se les resta objetividad intrínseca, porque se las crítica y cuestiona, no por su bonanza y eficacia, sino por el previo posicionamiento político o social de quien las defiende. Esto es, no importa cuál sea la mejor solución, sino quien la represente, y, a partir de este momento, el debate serio y objetivo desaparece y ya está el lío montado. Cuando se trata de soluciones jurídicas el problema es aún mayor, puesto que las mismas deben partir de la aplicación recta de la ley. En principio, la aplicación de una norma es la utilización de un puro silogismo, en el que, dado el supuesto de hecho, la consecuencia debe ser la aplicación de la norma que lo contempla. La solución siempre debería ser la misma para cada supuesto de hecho igual y sobre todo previsible. Pero a veces no es tan fácil y en este caso el juez debe interpretar la norma y lo debe hacer conforme a unas reglas profesionales preestablecidas, siendo aún así un trabajo asumible. Pero a veces tomar decisiones jurídicas puede ser difícil con un ordenamiento jurídico profuso, complicado, y en ocasiones con errores de planteamiento por parte del legislador. Hasta aquí, esto forma parte del trabajo del intérprete y aplicador, el juez, el problema radica cuando el debate jurídico trasciende la trastienda de las partes y se expone al comentario político y por políticos. A partir de aquí, el juez ya se puede preparar, haga lo que haga, siempre lo habrá hecho por su proximidad ideológica o de otro tipo a aquellos que previamente se han decantado por una de las posibles soluciones, y la crítica ya no se hará sobre la decisión en sí misma, sino sobre el previo posicionamiento político de sus defensores. Pero el trabajo sigue siendo soportable y las consecuencias asumibles. El verdadero problema radica cuando los opositores a la decisión tomada practican el sectarismo. Ahí ya estás muerto, te habrán etiquetado para toda tu vida; hagas lo que hagas se casualizará con la lógica sectaria, trasladando quienes lo ejercen su pecado al que no les da la razón. Una sociedad democrática seria y madura arrincona el sectarismo y coloca el debate libre en su lugar. Los trasvases no son de derechas, ni las desaladoras de izquierdas, son tan sólo dos soluciones a un problema sobre las que habrá que debatir. Si el único objetivo del ejercicio del poder fuera el bien común, esto no ocurriría.
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