Valencia
«El pícaro es ahora el corrupto»
Entre la realidad y la máscara, vuelve Pepe Sancho a las tablas, esta vez de la mano de Jacinto Benavente. Su gran éxito, «Los intereses creados», lo llevó a hombros por Madrid, desde el Teatro Lara hasta su casa, en una noche gloriosa de 1907. Hablaba el comediógrafo de pícaros arlequinescos, de caraduras con encanto del XVII, para retratar al XX que nacía. Y al parecer, la cosa aún sirve un siglo después
Actor y director una vez más, el veterano de Manises estrena mañana en el Rialto de su tierra en una gran producción de Teatres de la Generalitat que estará allí hasta diciembre y en primavera aterrizará en Madrid.
-¿Hace falta a estas alturas recordar que Jacinto Benavente fue uno de nuestros premios Nobel de Literatura y el autor teatral de mayor éxito en su momento?
-Sí, especialmente a un sector de gente que no acude al teatro, gente joven. Y hay que recordar que no toda la obra de Benavente es «La malquerida». Y no olvidar la actualidad de «Los intereses creados». Siempre he admirado la obra: muestra cómo el amor, el dinero, la ambición y la política mueven al mundo. Lo hace sin volcarse en ideologías, sino en la picaresca que siempre nos ha conducido a los españoles.
-Es curioso: Benavente escribe en 1907. A esas alturas aún se hablaba de picaresca. Y me temo que seguiremos haciéndolo.
-Sí, lo que pasa es que la palabra pícaro, perillán o truhán desaparece del uso común porque la gente se inventa sinónimos. Pero un corrupto no es más que un truhán.
-¿Crispín y Leando serían hoy entonces alcaldes en la costa?
-Sí, es muy probable. Se trata de una obra muy actual. Los clásicos lo son por naturaleza, por eso creo que no hay que hacer «Medea» con botas caqui.
-No es un texto que se vea en nuestros escenarios a pesar de que durante décadas tuvo mucho éxito.
-¡Fíjate: durante la primera mitad del siglo XX fue una obra emblemática del repertorio! Es cierto que a Benavente se le ha ido dejando de lado: y es importante recordar que era una especie de revolucionario, intelectual y ácrata.
-Estrenó «Enrique IV» y «Miles Gloriosus». ¿Puede decirse que comparten con esta obra una reflexión sobre lo real y lo aparente?
-Más que eso, hablan de las dos realidades que llevamos encima y de cómo, según qué toque, mostramos una u otra. La gente que tiene poder un día dice blanco y otro negro. No hay más que ver el momento político en el que estamos. Yo lo acabo de leer en LA RAZÓN: los que ayer se mordían hoy dicen que todo ha ido bien y que es un paso importante para la unión del Partido Socialista Madrileño.
-¿Qué tal le trata Talía? Lleva un par de años volcado en el teatro.
-Soy un hombre afortunado. Este trabajo es de alto riesgo. Pero yo, cuando he estado parado, he montado una función de dos o tres actores y me he ido de gira. He visto que los grandes, y aspiro algún día a serlo, desde Dustin Hoffman hasta Richard Harris o Richard Burton, cuando podían, hacían teatro.
-Lleva décadas en ello. ¿Le corresponde este oficio últimamente?
-Me está tratando muy bien. Esta producción son 16 actores, y eso no se puede hacer sin el esfuerzo de una administración, en este caso Valencia. Luego iremos a Madrid.
-Por lo menos, no puede decir que no es profeta en su tierra.
-No, pero para serlo las profecías tienen que venir de lejos: hay que tener un historial, si quieres discutible, pero tan denso como el mío. Mi faro en esta profesión es el teatro. Los grandes de España, como Manuel Dicenta, Pepe Bódalo o Guillermo Marín, eran gente que hacía cine, pero, sobre todo, su razón de existir era el teatro. Y a mí es lo que más me satisface.
-¿A pesar de haya que batirse con muchos intereses creados?
-Casi siempre: cuando no son los dueños de los teatros es alguna administración, o los colegas, o el empresario de provincias... Ya lo decía Groucho: no hay nada más entretenido que un estreno de teatro porque todos van a ver si fracasas.
«¡Hombre, don Pablo!»
Nacido en Manises (Valencia) en 1944, José Sancho es uno de los valores más sólidos de nuestra escena, aunque la televisión y el cine le han dado papeles jugosos. Hasta 2008 hizo «Cuéntame cómo pasó», serie con la que llegó, si cabe, a más rincones de España. «No digo que la gente me quiera. Pero soy muy popular. Por la calle, me dicen: le vi en "Antígona", o qué bien estaba en "Memorias de Adriano". Luego están los que te conocen de la tele, y te dicen: "¡Hombre don Pablo!"». Él lo asume: «Todo eso forma parte de la profesión. Y yo voy al mercado y viajo en Metro». Su oficina sigue siendo, de forma oficiosa, un hotel de Madrid.
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